martes, 25 de agosto de 2015

BENI DE CÁDIZ




Benito Rodríguez Rey nació en Cádiz, un 26 de enero de 1929, según cuenta él porque se lo contó su madre, en medio de una noche de tormenta. La madre, que según Beni, era algo bruja, le vaticinó que moriría el mismo día que había nacido y - cuenta de nuevo Beni con su gracejo gaditano - cada 26 de enero respiraba tranquilo porque no se había cumplido el fatal vaticinio materno. Era un hombre tocado por la gracia, abrasado por el hálito de los dioses del cante; era un artista inconmensurable e impredecible que podía llegar a alturas estratosféricas en el cante o quedarse sin memoria en un festival. Ya en 1959 casi se muere y hasta se le hace un homenaje, pero, como un Ave Fénix gaditana y llena de gracia, Beni de Cádiz resurrexit sicut dixit y en 1971 recibió el Premio de Honor en el Concurso Nacional de Córdoba. Sin embargo, al poco la enfermedad lo vuelve a tumbar por el suelo, pero Beni Fénix vuelve a resucitar y en 1976 recibe el Premio Nacional de Cante. Sus últimos años los vive en la pobreza, en el olvido, en la indiferencia. Jesús Quintero le hace una entrevista antológica en la que Beni de Cádiz derrocha arte, simpatía y gracia gaditana. Ahí es donde contó lo de su madre y tantas cosas más. Cantando era un fenómeno, tanto en los cantes más ligeros como en los más hondos. Si alguien tiene dudas, que lo escuche cantar por seguiriyas o por soleares y luego que pruebe a oírlo por bulerías, por alegrías o por fandangos. Algunos lo acusaban, como si eso fuera pecado, que se parecía mucho a Manolo Caracol, pero es que los críticos siempre tienen que decir algo, aunque sean tonterías. Beni de Cádiz se murió joven (no había cumplido los sesenta y tres), pero ya sabemos por los griegos que “los preferidos de los dioses mueren jóvenes. Eso sí, su madre no acertó porque Beni se nos fue en 1992, pero no el 26 de enero, sino el 22 de diciembre, ese día en que los Niños de San Ildefonso cantan el Gordo de la Lotería de Navidad. ¡Hasta para morirse tuvo gracia el tío!

LA PERLA DE CÁDIZ




Se llamó para el siglo Antonia Gilabert Vargas, pero en el santoral  del flamenco es conocida con el nombre de La Perla de Cádiz. Nació en la ciudad más antigua de España en 1925 y se nos fue en 1975 con tan sólo cincuenta años. Era hija de Rosa la Papera, gran cantaora de bulerías, y tiene un puesto de honor junto a otros gaditanos como Beni de Cádiz, Pericón de Cádiz o Aurelio Sellés. Cantó en los tablaos de Madrid (Los Canasteros, Torres Bermejas, El Corral de la Pacheca o El Corral de la Morería),  en los Gallos de Sevilla o en las Cuevas del Pájaro Azul de su ciudad. Sin embargo, lo que os quiero contar es que un niño se quedaba embelesado al oírla cantar; que ese niño era rubio y había nacido en la Isla de San Fernando; que era gitano y que se llamaba José. Ya muchos habréis caído en la cuenta de que ese niño, andando el tiempo y tras cantar en los tranvías con su amigo Rancapino, se convertiría en el mítico Camarón de la Isla. Ya se ve que en la vida, pese a lo que digan los malos pedagogos, influyen muchos los buenos maestros.


 
 

MANUEL ARCE, UN CÁNTABRO DE LLANES


Manuel Arce nació en San Roque del Acebal, una aldea del concejo de Llanes, en Asturias, pero desde los seis años vive y escribe en Santander. Acabo de leer una antología que recoge sus poemas entre 1947 y 1954 y que publicó Icaria en junio de 2008. Desde muy pronto, entró en contacto con Maruri, Hierro, Gerardo Diego y otros grandes de la poesía cántabra y española. Sin embargo, Arce es más conocido como novelista y entre sus obras están La tentación de vivir, Anzuelos para la lubina y, la llevada al cine junto con Testamento en la montaña, Oficio de muchachos. No he leído ninguna novela suya y, cuando lo haga, os contaré. De Arce me queda el recuerdo de un buen poeta al que merece la pena leer. Por cierto, que ha poco ha cumplido ochenta y siete años. Iam senior, sed cruda viridisque deo senectus que dijo Virgilio.

LOS FEOS DE VILLALPANDO



Desde pequeño, Villalpando, la hermosa ciudad zamorana que cuenta con esa bellísima puerta que es la de San Andrés y que es patria chica de un gran torero, Andrés Vázquez,- que todavía en julio de 2012 le cortaba un rabo a un Victorino en el L aniversario de su alternativa demostrando que con ochenta años aún queda vida y arte, tenía el aliciente de los Feos, esas pastas duras y dulces que mis padres compraban en la gasolinera de la entrada. Siempre que voy a Villalpando, en esa hermosa Tierra de Campos zamorana, me traigo una caja de Feos para casa. Para mí, los mejores son los de La Concepción, una confitería de las hermanas Burgos que está en la Plaza Mayor y que, por larga tradición familiar, las llevan haciendo desde 1850. Su fórmula es secreta, pero se basa en almendra, azúcar, harina y huevo. A algunas personas les gustan mojadas en el café, pero yo las prefiero “ a pelo”. Además estoy convencido de que son el secreto de la eterna juventud del maestro Andrés Vázquez.

 

domingo, 16 de agosto de 2015

EL BANQUETE DE CONXO




No todo banquete famoso tiene que ser por fuerza el de Platón. Hoy quiero hablaros de otro banquete famoso: el banquete de Conxo.  El 2 de marzo de 1856, en ese lugar cerca de Santiago, obreros, artesanos y estudiantes confraternizan  y son estos últimos los que sirven a los obreros y artesanos en un gesto social que recuerda al lavatorio de pies a los apóstoles por parte de Cristo. Como es lógico, esta subversión del orden social con los señores sirviendo a los sirvientes no gustó nada en la ciudad del Apóstol. Entre los asistentes, estaban Aurelio Aguirre, poeta del que Rosalía de Castro se basó para su Sombra negra y Eduardo Pondal. Se especula con que la propia Rosalía estuviera presente en el acto, pero tampoco lo sabemos con seguridad. Este banquete pasó a la memoria colectiva de Galicia. Por cierto, que el Hospital Psiquiátrico de Conxo es un hermosísimo edificio rodeado de un robledal que tomaron los ejércitos por miedo a que aquello acabara en una insurrección. Y, de nuevo por cierto, de Aurelio Aguirre ya hablaremos más adelante.

 

viernes, 14 de agosto de 2015

LOS MÁRTIRES DE CARRAL




Estamos en la España de Isabel II, más en concreto en la conocida como Década Moderada (1854- 1844) en la que ejerció el poder el Partido Moderado con el general Narváez como hombre fuerte de esta década que llevó a cabo una centralización importante de la administración del Estado amén de un recorte de las libertades y de los derechos. Así las cosas, el 2 de abril de 1846, el segundo batallón del Zamora, establecido en Lugo y a las órdenes del coronel don Miguel Solís y Cuetos se sublevó proclamando la disolución del Consejo Provincial y de la Diputación. Solís pronunció una emotiva arenga a sus soldados que terminaba así:

         Gallegos, españoles todos. ¡Viva la Constitución!¡Viva la Reina libre! ¡Fuera extranjeros!¡Abajo el dictador Narváez!¡ Abajo el sistema tributario!

            El coronel Solís era gaditano, del Puerto de Santa María, y estaba destinado en Galicia. Luchaba por la Constitución y por “liberar” a la reina Isabel, una pobre mujer que había sido educada para ser un títere de los políticos y generales de la época y cuya máxima afición era comer y cenar con sus amantes en Lardhy al no ser su marido, Francisco de Asís de Borbón, un enfermo de hipospadias y homosexual, el hombre adecuado para dar la “talla” en el lecho marital. Al poco se unieron a la sublevación las plazas de Santiago, Pontevedra y Vigo., estas dos últimas ciudades al mando de Leoncio Rubín de Celis. El 15 de abril se constituye en Santiago de Compostela la Junta Superior del Reino de Galicia que reclamó las libertades que había abolido Narváez y un trato más justo para Galicia. También en Santiago se constituye el llamado Batallón Literario que ya había actuado en la Guerra de la Independencia.

         Pero al Espadón de Loja no se le escapaba ninguna sublevación y envió al general La Concha, capitán general de Castilla la Vieja para acabar con los sublevados. Se produjo la batalla de Cacheiras, en las afueras de Santiago, y las tropas sublevadas fueron derrotadas. Tras esta derrota las tropas “leales” de La Concha procedieron al saqueo y pillaje de Santiago.

         Solís se refugió en el monasterio de San Martín Pinario, pero se entregó por la tarde. Fue juzgado y condenado a muerte en un juicio sumarísimo y ejecutado en la villa de Carral, La Coruña. También el comandante Víctor Velasco y diez oficiales más fueron fusilados. El pueblo gallego, en una situación de pobreza y de abandono, ya tenía unos mártires que habían dejado su vida por Galicia y que de cuya sangre nacería la primera generación de galleguistas, los que pensaban que, si Solís hubiera triunfado, la situación gallega, siempre por supuesto dentro de España y por tanto nada que ver con independentismos ridículos de cuyo recuerdo se apropian en las jornadas “nacionales” del 25 de julio los chavales del BNG, hubiera sido otra y Galicia hubiera tenido la oportunidad de hacer política sin ser “una colonia de la Corte”. como dijo Antolín Faraldo Asorey, uno de los primeros provincialistas gallegos, es decir, personas a los que le dolía Galicia y su estado de abandono por parte del gobierno central. Y es que España, algunas veces, ha sido más madrastra que madre. Pero de eso ya hablaremos en su momento.

 

LUIS LÓPEZ ANGLADA O LOS MILITARES TAMBIÉN SABEN ESCRIBIR





Luis López Anglada era militar y de Ceuta o, mejor visto, al revés. Publicó en esa colección que fue, antes de que la crisis de las Cajas de Ahorro acabara con ella, la hija idolatrada y por la que tanto sufrió y fue despreciado en ocasiones,  ese sacerdote de Langa que fue mi gran amigo ( sero te inveni) Jacinto Herrero Esteban, el único grande poeta de Ávila entre amantes de libélulas que se devoraban los cocidos en la comida de aniversario por San Juan de la Cruz en su Fontiveros natal sin que ningún mortal en su sano juicio sepa qué tienen que ver el misticismo arrobado de San Juan con un cocido garbancero y contundente. Así les fue y les va, que las grasas del cocido se van impregnando en su obra y los versos, por mucho que quieran hacerlos parecidos a Celan, les sale con el olor al tocino, a los garbanzos y al buen  chorizo que venden mis amigos de la Blanquita, esa tienda que es el gran centro de información de Ávila en la que tanto te puedes enterar quién es el próximo futuro candidato a Presidente de la Diputación o dónde se vende un caballo bayo. Perdón por el excursus (creo que he superado a Don Antonio Ruiz de Elvira) y regreso para contaros que López Anglada escribió sonetos muy elegantes y de gran gusto y que su inspiración era de quilates, libre de grasas nocivas para la poesía. También tuvo su faceta de ayuda a poetas noveles y de animador del sarao literario. ¡Ah, se me olvidaba! Esto que voy a decir no haría falta decirlo en otros países, pero en España, sí: he dicho que López Anglada era militar y buen poeta. ¡Dios mío, ¿cómo es posible esto si los militares son seres embrutecidos por el cuartel y cuasi analfabetos según vuelve esa estar de moda en las soflamas de la izquierda que nunca se apea de tres o cuatro consignas más viejas que el tabaco de la tabacalera de Sevilla en la que trabajaba Carmen la de Bizet y la de Merimée? Pues porque nunca la lanza embotó la pluma. Bueno, al menos la de escribir. De la otra, ni entro ni salgo.

WILHELM MEISTER O EL MISTERIO INEFABLE



Cuentan que, un día que San Agustín estaba paseando por la playa, vio a un niño con un cubito echando el agua del mar en un agujero que había cavado e en la arena. El santo se quedó muy sorprendido y le preguntó que qué hacía con tanto empeño a lo que el niño le contestó:

-         Estoy intentando meter todo el agua del mar en este agujero.

El santo le dijo sonriendo:

-         Pero eso es imposible ¿No ves que nunca lo conseguirás?

A lo que el niño le contestó_

-         Pues eso te mismo te pasa a ti cuando intentas meter en tu cabeza los misterios de Dios. Y acto seguido desapareció.

si he traído a colación esta historia,   es porque, de la misma manera, no se puede meter en una humilde entrada de blog un libro como el Wilhelm Meister de Goethe porque es un libro tan grande, tan lleno de vericuetos y de sendas que cualquier intento de explicarlo lleva a un error porque quizás, como los grandes misterios de la religión es inefable y, si algo se explica, ya deja de ser misterio. Tan sólo os puedo hablar de algún personaje como Mignon, esa extraña niña hipersensible que tocó en el corazón de otro hipersensible como Schumann a la que dedicó su Réquiem para Mignon y una obrita de sus Paginas para la juventud. Beethoven también anduvo a vueltas con el Wilhelm Meister de Goethe. He tenido la suerte de leerlo en una traducción de Rogelio G. Falaguera, gran traductor del alemán y del francés allá por los años veinte y treinta para la editorial Ramón Sopena y del que, si puedo, me gustaría contaros algo más.

         Lo dicho, sólo su lectura puede acercarnos a este misterio en forma de libro. Un libro como una catedral que diría Manolo Cambronero.

 

jueves, 6 de agosto de 2015

DON RICARDO BECERRO DE BENGOA




Ricardo Becerro de Bengoa era vitoriano, pero aprovechó su estancia en Palencia para escribir  el Libro de Palencia, en el que trata de la ciudad del Carrión y de su provincia. Don Ricardo, que era Catedrático en el Instituto de Palencia, había estudiado Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en la Universidad de Valladolid.  También fue profesor del Instituto de San Isidro, ya en Madrid, y, como político, fue Consejero de Instrucción Pública y Agricultura, Diputado a Cortes y Senador. Bengoa fue sobre todo un hombre curioso, al que nada se le escapaba. Es un placer leer su libro sobre Palencia, pero da pena cuando describe el Casino y nos dice que la biblioteca era casi el desierto del Sahara. Y uno piensa, en estas tardes del ferragosto castellano que, si las bibliotecas de los Casinos Provinciales, esos a los que cantó Machado con ironía triste, hubieran tenido más libros que barajas o, al menos, que no tuvieran una montaña de polvo, como cuenta Clarín en La Regenta al tratar del también escuálida biblioteca de Vetusta y que, si los hombres del Casino provinciano hubieran tenido callos en los dedos no de los naipes, sino de los libros, otro gallo nos hubiera cantado. Lo malo es que- y perdón por el pesimismo- no creo que hayamos avanzado mucho pese a los e-books. O sí; no lo sé porque hace mucho calor y el calor me pone pesimista. Ya me diréis vosotros.

lunes, 3 de agosto de 2015

PUTÓN LESCAUT



           No os voy a contar Manon Lescaut del Abate Prévost porque ya seguro que circulan numerosos resúmenes por internet de la obra, pero sí que os quiero hablar de ese pobre pelele que es el caballero Des Grieux que desde que conoce a Manon y sufre un coup de foudre empieza a perder su  dignidad. Manon quiere vivir bien  y le gusta el dinero, pero para conseguirlo no repara en la más mínima conciencia moral. Lo de contigo pan y cebolla no iba con esta señorita que iba para monja (?) cuando la conoce Des Grieux y su gusto por el lujo le hace buscarse amantes que decoran profusamente la frente del caballero que, no obstante, ciego de amor, no sólo la perdona, sino que la justifica. En la mitología clásica tenemos el caso de Hércules que se presta a hacer cualquier cosa, hasta se pone a hilar el héroe forzudo, una  especie de Hulk de la mitología, con tal de seguir con su Ónfale. Pero es que, como los griegos en su mitología lo que hicieron fue una galería de tipos universales, no son raros los hombres que lo pierden todo, hasta su dignidad por estar con una mujer y no es rara la mujer que, conocedora de sus armas, puede llevar a un hombre a su ruina económica ( que sería, al fin y al cabo, lo de menos) y moral ( que es lo de más). A medida que se lee el libro, se va teniendo conmiseración por Des Grieux y un cierto rechazo por Manon a la que en ocasiones le hubiera cambiado el nombre por Putón Lescaut. Su triste muerte la redime y, a la obra en su totalidad, la redime esa figura fantástica, contrapunto de Des Grieux, que es Tiberge. Gran novela que ha dado dos óperas, la Manon de Puccini y la Manon Lescaut de Jules Massenet en las que ambos protagonistas siguen haciendo de las suyas. Para acabar, tanto sufrimiento de los amantes me recuerda a las novelas griegas en donde los amantes sufren mucho, pero al final, hay una anagnórisis o reconocimiento final y la novela tiene un happy end. Aquí no hay happy end (¿o sí?), pero los pobres amantes lo pasan fatal. Para este verano de calor, un alivio el que nos proporciona el abate que, pese al calor, no se abate ni le da a la zorra uvas.

BLASONES Y TALEGAS


Ya es pública y notoria mi afición por Pereda aunque ya es un autor olvidado por los paladares literarios estragados por la mala literatura imperante. Conseguí de viejo (of course) una colección de cuentos que publicó en los años setenta Alianza Editorial con un fantástico prólogo de Laureano Bonet, un profesor español que, a la sazón, se encontraba en Norteamérica y en el que una vez más se hace una defensa del escritor de Polanco y se pregunta por qué esta postergado cuando el mismo Clarín o el mismo Galdós, “enemigos” políticos, le reconocían su valía. Es tema que ya he tratado y para el que no veo solución pues la lectura es cada vez más analfabeta aunque parezca una contradicción. El libro se abre con La Leva y acaba con Blasones y talegas,  un cuento magistral en el que Pereda demuestra que está, en apreciaciones sociales, más adelantado que muchos políticos actuales. Os recomiendo este libro de Pereda, de este autor que de su microcosmos montañés hizo un macrocosmos. Sólo por eso ya merece la pena leerlo.

DOSCIENTOS COITOS


Cundo el doctor Polidori y Lord Byron llegan a Dresde, el médico cuenta que Byron, nada más llegar, se lanzó sobre la camarera y la conoció de manera bíblica. Byron que tenía una cojera desde la infancia y que antes de los dieciocho había llegado a pesar más de cien kilos, se cuidaba de manera casi obsesiva en la dieta y se revolcaba (con perdón) con cuantas mujeres y hombres podía. Conocida es también la cifra de los doscientos coitos que llegó a consumar el inglés y, según él, tenían que ser coitus pleni et obtabiles, es decir, deseados y llegando hasta el postre. Esta cifra le sitúa en ese club en el que también militan algunos conocidos sementales de España.  Sin embargo, esta tendencia a lo semental por parte de Byron nos lleva a pensar que, como don Juan, personaje al que dedicó un libro, dudaba de su propia masculinidad y tenía que convencer a los demás y, sobre todo, a sí mismo de que era un macho total. Ya de esto trató Ortega y no le voy a fusilar sus ideas.  Evidentemente, Byron no llegó a las cifras manejadas por los sementales hispanos (¡¿doce mil mujeres!?), pero lo intentó. Ya se sabe, como dijo Ovidio, otro que decía que brindaba a Venus nueve veces por noche, que in magnis satis voluisse, es decir, que en las cosas “importantes” lo principal es intentarlo. Pero servidor, felizmente casado y con tres hijos ya no tiene ni fuerzas ni ganas de intentar ganar a Byron o, lo que ya me parece imposible de todo grado, a los sementales hispanos cañís. ¡Qué le vamos a hacer!