Era mayo, era un día de lluvia como hoy y mi buen amigo José Luis Estruch, al salir de la Complutense, o quizás un sábado de gloria pues todos en la juventud lo eran, me dijo que nos podíamos acercar a la Gran Vía madrileña porque estaban saldando los libros de la Editora Nacional cuya librería estaba en la conocida calle. Para allá nos fuimos. Era el año 1983 del siglo pasado, es decir, hace la friolera de cuarenta y dos años y los socialistas había llegado al poder en octubre de ese año. España tenía ganas de cambio y había una ilusión en el aire que, a día de hoy, se ha perdido al comprobar, con desánimo, que todos son los mismos perros con diferentes collares. Los socialistas hablaban del “cambio” que necesitaba España, cosa cierta, sin duda, pero a veces los cambios, como las revoluciones, se llevan por delante a muchos inocentes y, desde luego, inocente era la Editora Nacional que, si bien es cierto que había sido fundada por la Falange y que los libros de José Antonio eran su publicación “estrella”, no menos cierto era que había sido dirigida por hombres de gran cultura como Laín Entralgo y que en ella habían colaborado el gran Dionisio Ridruejo y otros muchos. En sus último años había sido su director Rafael Martínez Alés, el creador de Cuadernos para el dialogo y el que, junto a Jaime Ortega Spottorno, hijo de don José Ortega y Gasset, y Jaime Salinas, hijo de Pedro Salinas, acabaría fundando Alianza Editorial, una editorial sin la que no podemos entender la historia del libro y la cultura en el siglo XX. Sí, es cierto que también había publicado libros de Franco (la novela Raza con el pseudónimo de Eugenio de Andrade), pero no era menos veraz que en ella habían publicado autores de todas las tendencias y que había, en todos ellos, una altísima calidad. Baste citar a Luis Gil, a José Hierro, que estuvo preso en las cárceles del Régimen, o a mi admirado García Calvo, que no tenía mucho de franquista, y a otros muchos más que formaban un heterogéneo grupo ideológico que iba desde el anarquismo a la Falange. En su catálogo estaban un I Ching o libro chino de los cambios y un Corán, libros que, como pueden ustedes comprobar son absolutamente nacional católicos. Yo siempre he pensado que los políticos de entonces (como los de ahora) no habían frecuentado mucho Las lecturas que la Editora Nacional brindaba haciendo un gran servicio público y que tan sólo se habían quedado en la “cáscara” sin llegar a la pulpa. Una de las primeras medidas del gobierno de Felipe González fue desmantelar la Editora Nacional como signo inequívoco de progreso. Una pena.
Cuento esto porque, por lo que se ve,
los patres patriae no han sido nunca
muy aficionado a las buenas lecturas y no pasan de los textos leguleyos que, en
ocasiones, no sirven más que para limpiarse el trasero pues el papel lo resiste
todo, pero la vida no.
Llovía, éramos jóvenes, era mayo y José
Luis y yo nos fuimos a la librería de la Editorial Nacional en la Gran Vía
madrileña que quizás todavía se llamaba Avenida de José Antonio, la gran “momia”
que Franco usaba para asustar a los que se le desmandaban. ¡Ay, juventud,
divino tesoro!
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