Estacio,
poeta romano del siglo I a. de C., es la única referencia que, durante el
medievo, se tiene en Europa de las leyendas tebanas cuyos protagonistas son
Edipo y sus hijos. Habría que esperar hasta el siglo XVI con el descubrimiento
de los manuscritos de los grandes trágicos griegos para conocer, de primera
mano, las desgraciadas vida de los labdácidas. Sin embargo, dejadme que os
cuente cómo se llegó, por medio de Estacio, a este conocimiento medieval.
La fama de Estacio en vida fue muy
grande y sabemos que Ausonio, Claudiano y Sidonio Apolinar, poetas latinos
tardíos, lo leyeron e imitaron y, sobre todo, que fue Lactancio Plácido, erudito
del Bajo Imperio, el que lo dio a conocer al mundo del medievo con sus comentarios
a la Tebaida: Lactantius Placidus in
Statii Thebaida Achilleidaque commentaria.
Tenemos que tener en cuenta que Estacio fue autor también de las Silvas, una colección de poemas breves que se perdieron durante el siglo X y que eran
ricos en detalles biográficos por lo que la vida del poeta quedó en la más
absoluta oscuridad y el mismo Dante, cautivo del error, que le hace aparecer en el Purgatorio de su
Divina Comedia, le convierte en natural de Tolosa. Su fama no fue pequeña pues
el florentino lo convierte en el acompañante suyo y de Virgilio por el
inframundo. Sin embargo, no podemos entrar en eso que, Deo Volente, tendrá su
entrada y vamos con la obra francesa que supuso la fuente más importante para
las leyendas tebanas a partir del siglo XII. Me estoy refiriendo a Le Roman de Thèbes, obra francesa,
escrita en 10.000 versos por un clérigo anónimo. Este clérigo francés no se
basó directamente en la Tebaida, sino en un resumen en latín que se habría
escrito algunos siglos antes. Lo cierto esx que esta obra francesa hizo que la
Edad Media se llenara de “Tebas” y que nuestro propio Rey Sabio recogiera una
Historia Tebana en su General Estoria que editó aquel toresano que se llamó Antonio
García Solalinde del que tanto nos hablaba Pilar Saquero, que en paz descanse,
en el curso de doctorado que tuve la fortuna de recibir en la Complutense hace ya
unos cuantos años.
Pues ya veis cómo la leyenda tebana
llegó hasta la Europa medieval. Llegaría el siglo XV y, con él, el hallazgo de
las Silvas por Poggio Bracciolini que
también descubrió el De rerum natura
de Lucrecio y sobre el que Stephen Greenblatt escribió su famosísima obra
titulada El Giro en la que sostiene
la tesis de que este descubrimiento de la obra de Lucrecio provocó un “giro”
que nos llevó al Renacimiento. Ese “giro” (swerve
en inglés) es, por cierto, el mismo giro que experimentan los átomos que se
mueven a través del vacío que, provistos de unos pequeños ganchos, se engarzan
o enredan en otros átomos dando origen así a la materia.
Pero ese es otro tema y creo que de
Estacio ya hemos dicho lo suficiente y bastante.