domingo, 31 de enero de 2021

DON RAMÓN CAAMAÑO BENTÍN, O MEU AMIGO MUXIÁN QUE TIÑA SEMPRE OS SEUS OLLOS CHEIÑOS DE MAR

 


Veníamos aquella tarde desde San Juan de Barcala, hermosa tierra de verdes prados y dulces carballedas, allí en donde está ese carballo al que , como el Caronte virgiliano, le cuadro aquella de “iam senex, sed cruda viridisque Deo senectus”. Nos había servido el bueno de Salvador sus generosas raciones de bacalao al horno como no se guisa en ningún lugar de España y, puesto que la tarde era larga, decidimos llegarnos hasta Muxía atravesando las tierras que van teniendo en su rostro la luz del fin del mundo. El mar rompía con furia cuando llegamos al santuario da Nosa Señora da Barca, aquella de la que el cantar, tan bien cantado por Rosalía, dice que “ten o Tellado de pedra; bien o pudera ter de ouro miña Virxen se quixera”. No había aquel día “lanchas ben portadas con aparellos de festa” ni “rapazas con refaixo e mantelo negro”, pero, al socaire de una tapia de piedra, había un puestecillo de recuerdos y fotografías. Pegué la hebra con su dueño, un hombre en cuyos ojos se reflejaba el mar que batía na pedra de abalar y supe que era un gran fotógrafo gallego que, retirado de su ocupación, se pasaba las tardes junto a su querido santuario. Quedé en escribirle y así lo hice y, al poco, don Ramón Caamaño Bentín, del que llevo publicando fotos un tiempo en Facebook, me contestó con otra carta que fue el comienzo de una hermosa amistad que la muerte, esa vieja puta, se encargó de romper. Antes, un día en que ya muy mayor, habitaba con su hija en Corcubión, me fui a tan bella villa por mor de saludarlo, pero sus ojos ya miraban lejos del mar. Las autoridades provinciales de educación pusieron su nombre al Instituto de Enseñanza Media y él tuvo a bien regalarme un libro con su vida: nacido en Muxía ( de donde le venía el apodo), estudiante de fotografía en Santiago con uno de los mejores fotógrafos de los años veinte compostelanos, K-sado, don Ramón había recorrido A Costa da Morte sacando fotos y llevando películas en una barca para disfrute y solaz de los rapaces y de aquellas buenas gentes para las que el mar era su pan nuestro de cada día. Se había casado con una señora de Porto do Son y hasta se había llegado hasta París. Don Ramón era un gran tipo como hubiera dicho de él aquel catalán de ley que se llamó Josep Pla i Casadevall.

         Aunque no aparezcas en las fotos que se pueden ver en Internet porque tan sólo se te puede ver con los ojos del alma, yo sé que sigues, querido Ramón, poniendo tu pequeño puesto junto a la Virxen da Barca y esperando a los turistas para enseñarles tus fotos y decirle el día exacto en que “abalou a pedra”. Un día, cuando este maldito confinamiento termine, me voy a llegar hasta aquel rincón del fin del mundo y te voy a sacar una foto, una foto en la que aparezcan claros y limpios, tus ojos llenos del mar de Fisterra. Cho prometo,  Muxián.

 

sábado, 30 de enero de 2021

LAS COÉFOROS DE ESQUILO, RUBÉN DARÍO, LORCA Y LA ALAMEDA DE MARÍN

 


Nos decía siempre el profesor Lasso de la Vega: ¡Las coéforos, decid siempre las coéforos! Se refería, claro está, a la tragedia de Esquilo que forma parte de la trilogía conocida como la Orestíada. Y es que es habitual encontrar traducciones, incluso traducciones de fuste, a en cuya portada aparece   Las Coéforas, la forma que irritaba sobremanera al erudito murciano. Para solventar dudas, vayamos al griego.

         Αἱ χοηφόροι, que, traducido al castellano, significa “las que llevan las libaciones” porque Χοή  –ης, significa en griego “libación”. Así el diccionario de Pabón recoge la expresión griega χοὰς τυμβεύειν con el significado de “derramar libaciones sobre una tumba”. Χοηφόρος – ον es un adjetivo de dos terminaciones cuya primera forma nos sirve en griego tanto para el masculino como para el femenino de donde tenemos la forma αἱ χοηφόροι con una traducción de “las coéforos”. ¿Por qué, pues,  pronunciamos entonces coéforas? Pues por una mala traducción del francés Les Choéphores, obra cuasi divina de Darius Milhaud con versos de Paul Claudel,  y quizás arrastrados por otra palabra griega que hace referencia a las muchachas vírgenes que en las fiestas de las Panateneas, las fiestas “patronales” de Atenas,  llevaban un canasto con ofrendas. Seguro que habéis descubierto que hablo de las canéforas, esas púberes a las que Rubén Darío inmortalizó en ese archiconocido verso de su Responso a Verlaine:

que púberes canéforas te ofrenden el acanto

del que un alumno LOGSE, al igual que exclamó Lorca en genial boutade,  no entiende más que el “que” y el “te”. Fijaos que Rubén, tan francés él, utiliza “canéforas” y no “canéforos” como debería de haber usado pues también esta palabra proviene de un adjetivo en griego de dos terminaciones cuyo masculino y femenino son los mismos. También del francés nos viene el acento esdrújulo y no llano que es el acento que lleva en la palabra griega.

         De pequeño, en Marín, mientras paseaba de la mano de mi abuelo por la alameda, niño entre rosas de oro, pasaban muchas mujeres que llevaban canastos en la cabeza y yo, ignorante en mi paraíso, no sabía que estaba viendo pasar a diligentes canéforos.

         Ya sé que esto no va a ninguna parte, que no da dinero, que Lasso hace muchos años que murió, pero es que os lo quería contar.

LEER A CIORAN EN TIEMPOS DE PANDEMIA

 


El filósofo de Rasinari me ha parecido siempre uno de los mejores escritores en francés del siglo XX. Con esta premisa por delante, no os resultará extraño si os digo que la lectura de sus Desvaríos, última obra que escribe en rumano, me ha provocado ese estremecimiento interno que siempre me provoca Cioran aunque esta vez el estremecimiento ha sido menor al leer la obra en castellano pues, para disfrutar a tope, a Cioran hay que leerlo en francés. En este libro está su prosa diamantina (sé que no le hubiera gustado esta palabra, pero qué le vamos a hacer) que nos va contando, casi cantando en versos, la angustia de vivir, la angustia de la soledad, la angustia de la soledad del ser humano en un mundo que no le tiene en cuenta porque de nada nos vale pensarnos como reyes de la creación cuando no somos más que unos seres vivientes más en esta duda que es la vida. Cioran deslumbra, engaña y, a veces, pienso que es un gran embaucador, que con su prosa delirante, cuasi divina, nos vende algo en lo que realidad no creía. No lo sé. Su lectura no es recomendable en tiempos de pandemia, pero siempre merece la pena leerlo y sufrirlo, sobre todo sufrirlo porque Cioran te apuñala con sus palabras, te arranca de tus seguridades, de tus credos, de tu alegría. Por eso es absolutamente necesario.

ISMAÍL KADARÉ Y LA ORESTÍADA DE ESQUILO

 


Hace muchos años que leo a Ismaíl Kadaré, un grandísimo escritor albanés traducido de manera magistral por Ramón Sánchez Lizarralde, un señor de Valladolid del que hablaré para el mes que viene. En su libro Esquilo, Kadaré mantiene esa tesis apasionante de que la tragedia griega no procede de la fiesta, sino que viene de los ritos funerarios. Los primeros coros trágicos serían las plañideras del entierro y el muerto el protagonista (en el sentido etimológico del término). Me parece más que posible esta teoría apoyada en la similitud entre griegos y albaneses y en un pasado oral común.

         Sin embargo, quiero hacer hincapié en una teoría que me ha sorprendido y de manera muy grata. Si recordáis, Clitemnestra, tras haber pasado tiempo del asesinato de su marido, saca la malla – túnica o la túnica –red llena de sangre. Y surge la pregunta que algunos lectores se habrán hecho: ¿por qué conservaba Clitemnestra la túnica-red manchada con la sangre del marido y por tanto, prueba incriminatoria de primer orden? Lo normal es que se hubiera deshecho de ella nada más haber cometido  el asesinato de Agamenón. Pues Kadré nos da una respuesta basándose, ni más ni menos que en el Kanun, el código milenario albanés en donde el asesino guardaba la camisa del asesinado porque el muerto “ se comunicaba” con los vivos por medio de las manchas de sangre que variaban de color dependiendo de los mensajes. Es más, Esquilo nos dice que la reina, antes de la llegada inminente de Orestes, estaba preocupada, casi llena de terror y lo atribuye a un sueño, a un mal sueño. Kadaré sostiene la tesis de que la idea del sueño viene porque Esquilo usó diferentes leyendas, pero que la verdadera preocupación de la reina venía porque había visto una variación en las manchas de sangre en la túnica del Atrida.

         Tiene Kadaré otras teorías sobre la Orestíada que merecen la pena que vayamos viendo, pero,  poco a poco,  porque cada día tiene su afán.

domingo, 24 de enero de 2021

LA REPOMPA DE MÁLAGA

 


Los flamencos, para entrar en ese sacerdocio que es el cante, se cambian el nombre como los frailes y las monjas cuando entran en religión. Aquella niña nacida en el muy malagueño barrio de El Perchel que respondía al largo nombre de Enriqueta de la Santísima Trinidad de los Reyes Porras, tomó como apodo la Repompa de Málaga y con él cantó los pocos años que la vida le dejó. La Repompa anduvo de chica por los bares de Málaga y se ganaba unas monedas cantando. Así conoció a La Pirula y así la escucho el guitarrista flamenco Niño de Almería que la llevó al grupo Los Vargas. Cuando estaba con sus cantes en la Venta del Pimpi, recibió una llamada desde Madrid cuya autora era , ni más ni menos,  Pastora Imperio que se la llevó a la capital en donde triunfó. Hasta la llamó Franco para que cantara en El Pardo, pero La Repompa ya no se encontraba bien. Una peritonitis aguda se la llevó al poco tiempo. Tenía tan sólo veintiún años y tan sólo había grabado un disco histórico con el guitarrista Paco Aguilera.

         Merece la pena escuchar a La Repompa con sus cantes malagueños que huelen a mar y a cenachos. Tiene ese regusto del cante antiguo que, por desgracia, a día de hoy, se prodiga muy poco.

LOS ÚLTIMOS DÍAS DE STEFAN ZWEIG

 

Hace más o menos un mes, os hablaba de la muerte de Stefan Zweig y de su mujer en la ciudad brasileña de Petrópolis. Desde que lo empecé a leer, siempre me ha llamado la atención por qué el novelista austríaco decidió quitarse la vida cuando tan sólo quedaban tres años para que la Segunda Guerra Mundial acabara y Hitler se suicidara en Berlín. La novelita de un médico francés, Laurent Seksik, me ha contado lo que yo suponía: que Zweig no pudo resistir la angustia de ese cerco que lo iba encerrando: la negra sombra del nazismo que, repito, de haber esperado dos años, ya no hubiera hecho falta temer.

         Sweig salió de su Salzburgo, aquella ciudad maravillosa en donde vivía y a cuya puerta llamaban los más conspicuos próceres de la cultura germana, y se dirigió a Londres en donde vivió un tiempo y en donde se casó con Lotte, una chica mucho más joven que él por la que había abandonado a su primera mujer, Frederike. Sin embargo, un mal día recibió una carta en la que se le declaraba “enemigo de Inglaterra” y el hombre que tanto había escrito sobre María Tudor decidió, al verse convertido en un proscrito, marcharse a Nueva York. No estuvo mal en Nueva York el matrimonio Zweig, pero la presencia de Frederike en la ciudad no facilitaba las cosas. Lotte, pese a la presencia de la primera esposa de Stefan, no lo pasaba mal porque por allí andaba su sobrina Eva. Pero Stefan no para quieto y, como había estado un año antes en Petrópolis, ciudad fundada por el emperador Pedro del Brasil para su mujer. Lepoldina de Austria,  de la dinastía Habsburgo, y además había escrito un libro que se llamaba Brasil, país del futuro, decidió mudarse para aquellas tierras.

         Petrópolis era una pequeña Alemania, con calles de nombre alemán y con colonos de Renania.  Sin duda, iban a estar a gusto.

         Un día,  Lotte volvió llena de entusiasmo: los americanos habían entrado en la Guerra y, sin duda, Hitler iba a terminar su sueño de locura y muerte; volverían , sí, volverían, - al año que viene en Viena-, y hasta ella iba a dar a luz un hijo de Stefan. Era el cuento de la lechera, Pero, cuando llegó a la habitación, le esperaba el ceño triste del escritor porque los periódicos, junto a esa noticia que le había dado Lotte, estaban llenos de noticias sobre los judíos deportados a los campos de concentración.

         Y, poco a poco, el cerco se iba estrechando: Río era un nido de espías alemanes y Stefan hasta “vio” los titulares de los periódicos anunciando su muerte. De nada le valió, como conjura de esa sombra negra, el ir a visitar a Bernanos que, junto a su familia, moraba a trescientos kilómetros en dirección norte. Notaba cómo el cerco se cerraba, cómo un día los nazis desembarcarían en Río y se llegarían hasta Petrópolis;  llamarían a su puerta y se lo llevarían. Ya escuchaba las pisadas de sus botas por las calles de aquel paraíso.

         Quizás,  como le dijo su buen amigo Feder, llevaba en su inconsciente aquel



ensayo que había hecho sobre von Kleist, el gran poeta alemán que decidió suicidarse con su segunda esposa. La vida tiene estas macabras coincidencias.

         Sea lo que fuere, el 22 de febrero de 1942, él y Lotte tomaron el veneno que acabaría con su vida y el más grande escritor en  alemán de la primera mitad del siglo XX, el hombre que había superado en ventas al mismísimo Thomas Mann,  escribía sus últimas palabras:

         “Hemos decidido, unidos en el amor, no abandonarnos”

         Algunos le han reprochado lo cursi de sus últimas palabras, pero, la verdad, no creo que fueran momentos de afinar el estilo.

         Repito fue una pena porque al austríaco del bigotillo tan sólo le quedaban tres años y Zweig habría podido seguir deleitándonos con su escritura. Pero el terror nazi le pudo. Una pena, Herr Zweig.

domingo, 17 de enero de 2021

DAFNIS Y CLOE

 





¡Qué deliciosa novelita griega es Dafnis y Cloe con ese amor tan inocente, tan puro, tan “natural” de estos dos jovencitos que se crían juntos! Como es de ley en las novelas griegas., los protagonistas tienen que sufrir muchas desgracias, pasarlas canutas, padecer raptos, en fin, un gran número de desgracias que, por regla general, (no quiero hacer “spoiler”) acaban en alegría. Longo de Lesbos, ese paisano de Safo, nos introduce en un ambiente pastoril tan delicado como una porcelana, pero en el que no faltan la maldad y la picaresca. Don Juan Valera, que algo sabía de literatura, se fijó en ella y se puso a traducirla dando a luz una de las mejores, si no la mejor, de las traducciones al español de esta genial obrita. Ravel, sin ir más lejos, se fijó también en la obra para escribir su Dafnis y Chloé. Tampoco la puntura fue ajena a esta novelita  y son mucho los cuadros en los que aparecen ambos niños aprendiendo los rudimentos del amor. Si no la habéis leído, ya estáis tardando en comprarla porque, como tantas obras que os recomiendo desde mi blog, no os va a defraudar.

LAS MIL PEORES POESÍAS DE LA LENGUA CASTELLANA DE LLOPIS

 


Jorge Llopis, en su libro Las mil peores poesías de la lengua castellana, da un reposo a la literatura española desde el mío Cid a don Emilio Carrere y ese repaso lo hace con gran conocimiento de causa y con sólidos argumentos. Llopis, que era un gran versificador, nos va enseñando los diferentes figuras, versos y estrofas para terminar haciendo una antología para desternillarse de risa. La literatura de humor en España está muy desprestigiada porque siempre se le ha tenido por literatura de derechas - como si el humor tuviera color político- y porque a sus autores siempre se les ha visto como autores de “segunda” frente a los “serios”. Es una pena el desprecio que se ha tenido siempre en España por la literatura de humor sin darnos cuenta de que Quevedo fue también un gran humorista. ¿Vamos a decir ahora que Quevedo era jun autor de segunda división? En fin…

miércoles, 6 de enero de 2021

CARTA A LUIS CERNUDA

Queridísimo Luis:

                   Sabes que siempre te he tenido entre mis lecturas; que muchas tardes he sido tu acompañante en ese encuentro con aquel muchacho del sur al que le hubieras dado el mundo; que he entrado contigo en la catedral de Sevilla y que me he sentado en la mesa en donde un padre adusto y serio juzga y castiga a los que se disipan, a los que se toman la vida en broma. Sabes Luis que te he seguido en tu exilio y que he muerto un poco contigo en México, en esa soledad en la que siempre viviste y de la que siempre nos culpaste a los demás. Pero ya ves, Luis, que algunos no tenemos la culpa. También yo, como tú, soy un español sin ganas, un español que, a veces rechaza su patria porque los de siempre siguen mandando y dominando. Tú me entiendes, Luis, mi poeta, iy amigo. Que sepas que te leo desde aquella solitaria playa de Lapamán, desde las tardes de lluvia de Ávila, desde la nieve de La Fuenfría y los pinares de Balsaín; Sabes que has hecho conmigo muchos, demasiados viajes de invierno en donde nos esperaba el frío de una casa vacía en donde empezaba a anidar la muerte y a llenarlo todo con su olor, ese olor de que se nos hizo tan familiar. Gracias a ti pude salir de aquel infierno de camas heladas y cristales empañados por la pena; gracias a ti el sol lució entre los pinares de Viana y Boecillo y el río, siempre en primavera, nos limpió con sus aguas todo el lodo del dolor, de la angustia y de la muerte. Gracias, Luis. No hace falta que te lea porque te llevo en mi corazón.

Tu tocayo

 

LUIS



 

LAS DOCE CRIADAS Y EL FALO DE ODISEO

 


Buenos días, amigos. Escribo esta entrada de blog en la mañana de los Reyes y  me he salido un pelín antropológico y psicoanalítico como si fuera argentino de Buenos Aires o de Córdoba, patria de Hugo Buso y de Manuel Mujica Lainez, Manucho para los amigos. Esta idea se recoge en un libro maravilloso Penélope y las doce criadas de la canadiense Margaret Atwood. Vamos al tema con paciencia.

         Nos tenemos que situar en la sociedad prepatriarcal, es decir, en la matriarcal que era donde las mujeres mandaban. En esa sociedad se sacrificaba al macho y se le cortaban los genitales como rito de fecundación de la tierra. Una vez matado el macho ( así las abejas con el zángano) se procedía a su castración y con este rito se aseguraban buenas cosechas. Todo antropológicamente correcto. Pero ¿qué tiene que ver esto con la Odisea? Pues sigamos despacio.

         En la Odisea se narra cómo se mata a las doce doncellas que habían ayudado a Penélope y que habían sido violadas por los pretendientes. Estas doncellas, a cuyo frente iba Melanto, siguiendo esta idea antropológica (ya sabéis, la de la sacrificio del macho) no serían doncellas, sino que serían doce doncellas lunares,  sacerdotisas de Ártemis que necesitaban la sangre de un macho para purificarse.  Sin embargo, su violación y ahorcamiento significa que ese culto matriarcal había sido sustituido por un culto patriarcal en el que el falo se convirtió en el centro. Es más, las hachas por las que Odiseo introduce la flecha serían las labrys de doble hoja que se utilizaban en el culto minoico a la Gran Madre; más en concreto, estas doce hachas eran con las que se sacrificaba al Rey del Año al final del año lunar.

         Pero para que no falte nada, la ablación de los genitales ya no serán los de Odiseo, sino que éste, que para eso era el polytropos, se busca a un “sustituto”, Melantio, el cabrero traidor, al que matan y cortan los genitales. Item magis, la soga con la que se ahorca a las criadas es de un barco porque la luna creciente tiene forma de barco y el arco viene a cuento porque la luna menguante parece un arco. Por tanto, la soga une a las doncellas con el barco en el que ha viajado Odiseo.

         Por si esto fuera poco, ya hemos visto que las flechas “penetran”, en la prueba final que ha propuesto Odiseo a los pretendientes, por los doce anillos de las hachas de doble filo que, puestos a ser antropólogos, serían las doce vaginas de las doce doncellas lunares que habrían sido “penetradas” por el pene, aquí sustituido por las flechas, que son un símbolo fálico indiscutible.

         Todo esto está contado por Margaret Atwood con un sentido del humor maravilloso que se extiende al resto del libro que os recomiendo, con todo mi cariño que leáis.

         Ya sé que me he liado con tanto falo y tanta doncella, pero es que  a veces el roscón resulta un poco pesado y produce monstruos.

 

martes, 5 de enero de 2021

LA POESÍA DE JORGE LUIS BORGES


Ayer mismo, terminaba las poesías completas de Jorge Luis Borges, un autor que tanto ha influido en mi vida escritora y lectora. He estado varios meses leyendo y releyendo su obra poética llena de buen oficio y mejores maneras. Maestro del soneto, su mundo mágico y mítico impregna su poesía. Ahí están sus espejos, sus tigres, sus viking ( que no vikingos), sus poemas ingleses, su Virgilio, su Odisea y tantas y tantas referencias culturales fundamentales en occidente. Si sus relatos breves son espléndidos, no lo es menos su poesía. Borges fue un ciudadano del mundo, pero con hondas raíces en su Buenos Aires querido en donde le bastaba cruzar unas calles para llegar al sur, al sur mitológico de pampas y gauchos, de batallas en donde sus antepasados lucharon;  al sur con espadas y con navajas que se entrechocan en el patio polvoriento de una venta.

         El soneto que os pongo lo metió El Cabrero por bulerías y le quedó una joya. Debería recordar que este cantaor es también un consumado cantante de tangos. En fin, ya me estoy saliendo del tema.

Bruscamente la tarde se ha aclarado              
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto

Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.