Sabes
que siempre te he tenido entre mis lecturas; que muchas tardes he sido tu
acompañante en ese encuentro con aquel muchacho del sur al que le hubieras dado
el mundo; que he entrado contigo en la catedral de Sevilla y que me he sentado
en la mesa en donde un padre adusto y serio juzga y castiga a los que se
disipan, a los que se toman la vida en broma. Sabes Luis que te he seguido en
tu exilio y que he muerto un poco contigo en México, en esa soledad en la que
siempre viviste y de la que siempre nos culpaste a los demás. Pero ya ves,
Luis, que algunos no tenemos la culpa. También yo, como tú, soy un español sin
ganas, un español que, a veces rechaza su patria porque los de siempre siguen
mandando y dominando. Tú me entiendes, Luis, mi poeta, iy amigo. Que sepas que
te leo desde aquella solitaria playa de Lapamán, desde las tardes de lluvia de
Ávila, desde la nieve de La Fuenfría y los pinares de Balsaín; Sabes que has
hecho conmigo muchos, demasiados viajes de invierno en donde nos esperaba el frío
de una casa vacía en donde empezaba a anidar la muerte y a llenarlo todo con su
olor, ese olor de que se nos hizo tan familiar. Gracias a ti pude salir de
aquel infierno de camas heladas y cristales empañados por la pena; gracias a ti
el sol lució entre los pinares de Viana y Boecillo y el río, siempre en
primavera, nos limpió con sus aguas todo el lodo del dolor, de la angustia y de
la muerte. Gracias, Luis. No hace falta que te lea porque te llevo en mi
corazón.
Tu tocayo
LUIS
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