Buenos días,
amigos. Escribo esta entrada de blog en la mañana de los Reyes y me he salido un pelín antropológico y
psicoanalítico como si fuera argentino de Buenos Aires o de Córdoba, patria de
Hugo Buso y de Manuel Mujica Lainez, Manucho para los amigos. Esta idea se
recoge en un libro maravilloso Penélope y
las doce criadas de la canadiense Margaret Atwood. Vamos al tema con
paciencia.
Nos
tenemos que situar en la sociedad prepatriarcal, es decir, en la matriarcal que
era donde las mujeres mandaban. En esa sociedad se sacrificaba al macho y se le
cortaban los genitales como rito de fecundación de la tierra. Una vez matado el
macho ( así las abejas con el zángano) se procedía a su castración y con este
rito se aseguraban buenas cosechas. Todo antropológicamente correcto. Pero ¿qué
tiene que ver esto con la Odisea? Pues sigamos despacio.
En
la Odisea se narra cómo se mata a las doce doncellas que habían ayudado a
Penélope y que habían sido violadas por los pretendientes. Estas doncellas, a
cuyo frente iba Melanto, siguiendo esta idea antropológica (ya sabéis, la de la
sacrificio del macho) no serían doncellas, sino que serían doce doncellas
lunares, sacerdotisas de Ártemis que
necesitaban la sangre de un macho para purificarse. Sin embargo, su violación y ahorcamiento
significa que ese culto matriarcal había sido sustituido por un culto
patriarcal en el que el falo se convirtió en el centro. Es más, las hachas por
las que Odiseo introduce la flecha serían las labrys de doble hoja que se utilizaban
en el culto minoico a la Gran Madre; más en concreto, estas doce hachas eran
con las que se sacrificaba al Rey del Año al final del año lunar.
Pero
para que no falte nada, la ablación de los genitales ya no serán los de Odiseo,
sino que éste, que para eso era el polytropos, se busca a un “sustituto”,
Melantio, el cabrero traidor, al que matan y cortan los genitales. Item magis,
la soga con la que se ahorca a las criadas es de un barco porque la luna
creciente tiene forma de barco y el arco viene a cuento porque la luna
menguante parece un arco. Por tanto, la soga une a las doncellas con el barco
en el que ha viajado Odiseo.
Por
si esto fuera poco, ya hemos visto que las flechas “penetran”, en la prueba
final que ha propuesto Odiseo a los pretendientes, por los doce anillos de las
hachas de doble filo que, puestos a ser antropólogos, serían las doce vaginas
de las doce doncellas lunares que habrían sido “penetradas” por el pene, aquí
sustituido por las flechas, que son un símbolo fálico indiscutible.
Todo
esto está contado por Margaret Atwood con un sentido del humor maravilloso que
se extiende al resto del libro que os recomiendo, con todo mi cariño que leáis.
Ya
sé que me he liado con tanto falo y tanta doncella, pero es que a veces el roscón resulta un poco pesado y
produce monstruos.
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