Ayer
mismo, terminaba las poesías completas de Jorge Luis Borges, un autor que tanto
ha influido en mi vida escritora y lectora. He estado varios meses leyendo y
releyendo su obra poética llena de buen oficio y mejores maneras. Maestro del
soneto, su mundo mágico y mítico impregna su poesía. Ahí están sus espejos, sus
tigres, sus viking ( que no vikingos), sus poemas ingleses, su Virgilio, su
Odisea y tantas y tantas referencias culturales fundamentales en occidente. Si
sus relatos breves son espléndidos, no lo es menos su poesía. Borges fue un
ciudadano del mundo, pero con hondas raíces en su Buenos Aires querido en donde
le bastaba cruzar unas calles para llegar al sur, al sur mitológico de pampas y
gauchos, de batallas en donde sus antepasados lucharon; al sur con espadas y con navajas que se
entrechocan en el patio polvoriento de una venta.
El
soneto que os pongo lo metió El Cabrero por bulerías y le quedó una joya.
Debería recordar que este cantaor es también un consumado cantante de tangos.
En fin, ya me estoy saliendo del tema.
Bruscamente
la tarde se ha aclarado
Porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
Que sin duda sucede en el pasado.
Quien la oye caer ha recobrado
El tiempo en que la suerte venturosa
Le reveló una flor llamada rosa
Y el curioso color del colorado.
Esta lluvia que ciega los cristales
Alegrará en perdidos arrabales
Las negras uvas de una parra en cierto
Patio que ya no existe. La mojada
Tarde me trae la voz, la voz deseada,
De mi padre que vuelve y que no ha muerto.
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