Quiero
hablaros de una mujer excepcional a la que cubre un olvido infamante: Luisa
Sigea, la puella docta toletana, mujer culta del siglo XVI que, como
veremos en este entrada, tuvo relación con María de Padilla, La Leona de
Castilla, cuyo verdadero nombre fue
María López de Mendoza y Pacheco y que sería más tarde la mujer del comunero
Padilla. Doña María tuvo por maestro a Diego de Sigeo, padre de Luisa y culto
caballero cuya ascendencia fue más que probablemente
francesa, en esa corte pequeñita del Gran Tendilla en
donde no se hacían distingos entre hermanos y hermanas y a todos se les daba
una gran educación. Recordemos que hermano de doña María fue don Diego Hurtado
de Mendoza, embajador y poeta. Pero dejemos a tan noble familia y volvamos con Don Diego de Sigeo que marchó para Portugal y al
que, en su exilio con María de Padilla, lo acompañó su familia. Doña Luisa sabía a la perfección el latín y se
carteó con el papa Paulo III gracias a un amigo de su padre, el erudito
italiano Girolamo Britonio. Y con tanto
acierto se carteó que el Santo Padre se
asombró del conocimiento que de la lengua del Lacio tenía esta puella de
Tarancón que, por aquellos años, era diócesis y reino de Toledo, no como ahora
que pertenece a la provincia de Cuenca. Y no sólo era docta en latín, sino que
también lo era en griego, matemáticas, letras e historia. No quiero perder el
hilo, pero ya os contaré del maravilloso poema que escribió esta mujer sobre
Sintra cuando allí vivió con la corte portuguesa pues Luisa, allá por 1542, se
convirtió junto a su hermana Ángela, en moça de câmara, un grupo de puellae
doctae que constituían el séquito de doña María de Portugal. Hay que
referir que, entre esas mozas estaba Paula Vicente, hija del poeta y dramaturgo
Gil Vicente. Los portugueses, por su conocimiento del latín, las conocían como damas latinas o, en el
propio latín, puellae doctae, apodo al que ya hemos hecho referencia con
anterioridad.
Luisa permaneció en esa corte
portuguesa hasta que en 1552 se casó con el hidalgo burgalés Francisco de las
Cuevas con quien tuvo una hija, Juana, que se casó con Francisco Ronquillo,
bisnieto del célebre alcalde Ronquillo. Pero sigamos con nuestra Luisa que en
1558 se encuentra en Valladolid con su marido sirviendo en la corte de María de
Habsburgo, hija de Felipe I de Castilla, que llegó a reina de Hungría por su
casamiento con Luis II de Hungría y Bohemia. Todo iba bien hasta que la reina
María murió de manera repentina y los Ronquillo Sigea se quedaron sin trabajo.
Luisa escribió al mismísimo Felipe II, pero no obtuvo ningún resultado su
epístola. Casi a la desesperada, escribió a Isabel de Valois, recién casada con
el rey Felipe, pero la contestación nunca llegó. Aunque la reina consorte la
recibió en Toledo y Luisa aprovechó la entrevista para entregarle en mano la
carta en la que le solicitaba un empleo.
Al no recibir respuesta de Isabel,
Luisa se va para Burgos, patria chica de su esposo, en donde fallece el 13 de
octubre de 1580. Había nacido en 1522 y se marchó con la amargura de que no
servían para nada sus grandes conocimientos pues parecía que tampoco había
gentes que las supieran apreciar. Las
cultas cortes renacentistas que tanto y tan bien usaban el latín, no aceptaban
a esta culta mujer. Una pena.
De su obra, vamos a destacar su Dialogus de
differentia vitae rusticae et urbanae o Colloquium habitum apud
villam inter Flamminia Romanam et Blesillam Senensem que no es sino un
dialogo en latín sobre un tema tópico: el enfrentamiento entre la vida del
campo y la vida de la ciudad. No podemos olvidarnos de su poema en hexámetros Syntra
que escribió Luisa en Portugal en 1566 y que tuvo el honor de verlo publicado
en París veinte años después.
En
estos años en los que se están recuperando mujeres que destacaron en los
diferentes ámbitos del saber, no veo que esta lumbrera toledana ande en ese
proceso de “resurrección”. Bien es verdad que sus obras están traducidas en una
editorial toledana y que en su villa de origen, Tarancón, han publicado un
cómic con su vida para que los jóvenes taranconenses sepan de la vida de su
ilustre paisana. También contamos en Internet con la traducción que don Marcelino
Menéndez Pelayo que, como Cantabria, fue infinito, realizó del poema de tema
portugués pero escrito en latín del que ya hemos hablado y en el que se
describe la bellísima ciudad de Sintra.
Ya
se ve a las claras que esto de ser escritor en España y dedicarse a las letras
latinas y griegas no lleva más que al sufrimiento y a la miseria. El que lo
probó lo sabe.