miércoles, 29 de mayo de 2024

HANS ZIMMER O LA HERMOSA MÚSICA CINEMATOGRÁFICA

 


No sé si he hablado de música de cine en alguna otra entrada, pero quiero parar mientes en este  compositor alemán con cuya música estoy disfrutando mucho: Hans Zimmer. Quizás el nombre no le diga mucho a alguno, pero si escribo Gladiator, El rey león, Inception, Interstelar, Marea Roja – y eso sólo  por poner algunos ejemplos- , entonces seguro que recordáis su  música maravillosa. Poneos Piratas del caribe (una obra maestra del cine de aventuras aunque  el tal Johnny Deep me carga a veces un poco) y sentiréis cómo el mar os salpica en vuestro asiento; escuchad la maravillosa música de Gladiator ( que los eruditos a la violeta llevan años pronunciando [gladieitor] sin saber que el título de la película está en latín y se acentúa en la “a” aunque no se pone tilde porque el latín no las usa.) Poneos Interstellar y os encontraréis por lejanas galaxias buscando una salvación para el planeta Tierra. Gran música la de este alemán de Frankfurt que es digno heredero de esa tradición, que quizás analizábamos en otras entradas anteriores, de la música cinematográfica con mayúsculas.

ELOGIO APASIONADO DE LA SIESTA

 


Mi abuelo Luis, después de comer, se quedaba traspuesto. Mi abuela Patro se metía con él y le decía que se había quedado dormido, pero él, muy serio y digno, le decía que se había quedado traspuesto. No oigo a nadie, en estos tiempos analfabestias, decir que se queda traspuesto, pero me parece fantástica la palabra para nombrar lo que la RAE define como “quedarse algo dormido”. También decía mi abuelo “dar una cabezada” que viene a significar , más o menos lo mismo. La siesta ya es otra cosa y abarca, desde unos pocos minutos (nunca menos de un cuarto de hora) en el sofá,  a la cama que ya es otra dimensión. Después, los grados van ascendiendo:

-         En la cama con ropa de casa

-         En la cama con pijama

-         En la cama después de un Padrenuestro y con orinal. (La que echaba Cela que en su gloria de Iria Flavia esté)

 

Por el momento, me quedo en el primer grado (siesta en la cama con ropa de casa) y tan sólo, en el veraneo,  practico el segundo grado. El tercero ya me parece excesivo. Eso sí, para mí, la tarde tiene como centro la siesta de tal manera que pospongo citas o consultas médicas hasta después de las seis de la tarde. Aunque no sea español para otras costumbres ibéricas, para la siesta y para el puro soy abanderado fiel y persistente.

Andan por ahí los médicos alabando las ventajas de la siesta. Más que andarse con libros, deberían haber preguntado a los “maestros de la siesta” que, por desgracia, ya no están con nosotros, pero que tanto sabían de quedarse transpuestos, de descabezar un sueño o de echar una cabezada.

EL ROSARIO DE LA AURORA O EL CARÁCTER ESPAÑOL

 

Seguro que hemos oído hablar de “acabó como el rosario de la aurora” y quiero contaros lo que he leído del porqué de esta expresión.

         Dos son los posibles orígenes:

         El primero hace referencia a la Revolución Gloriosa de 1868 que supuso el destronamiento de Isabel II, su exilio en París y la llegada del conocido como Sexenio Democrático (1868-1874) en el que se incluye el efímero reinado de Amadeo de Saboya y el no menos efímero  paso de la Primera República que duró un año y diez meses, más o menos.

         Con la Gloriosa, a las masas le entró un furor anticlerical que se repetiría, por desgracia, sesenta años más tarde porque en España, literalmente, “nos comemos a los santos”. Parece ser que había en muchos lugares de España la costumbre de, con la llegada de mayo, rezar un rosario a la salida del sol que terminaba en algún lugar de culto mariano. La costumbre solía terminar muchas veces en una chocolatada como la que tuvimos el otro día en Laguna de Duero al terminar el tradicional Rosario de la Aurora de la Cofradía de la Virgen del Villar y trascurría sin más incidentes que las manchas y los berretes producidos por la ingesta del “alimento de los dioses”. Todo era maravilloso hasta que en un año del Sexenio los rezantes u orantes del Rosario se encontraron con un grupo de anticlericales y aquello terminó no en una chocolatada, sino “como el Rosario de la Aurora”, es decir, a farolazos. Muy español.

         La segunda explicación puede venir de un suceso acaecido en Cádiz, más en concreto en algún pueblo de la provincia, en donde la Cofradía del Rosario de la Aurora salía por la calle a hora temprana. Pero, claro, estamos en Cádiz con ese cante, esas guitarras y esas chirigotas y aquellos orantes se pasaban con su alboroto cada vez que rezaban el Rosario y despertaban a medio pueblo. Entonces, un alguacil tuvo la mala idea de prohibirlo y medio pueblo se puso a favor del Rosario contra el otro medio que apoyaba al alguacil. El asunto acabó con vecinos arrojando todo lo que pillaban desde las ventanas contra los cofrades que huían protegidos por sus seguidores. También he leído por ahí que el alguacil de marras era miembro de   otra cofradía contraria que, envidiosa por el éxito de la del Rosario mañanero, decidió boicotearla y reunió a vecinos de su misma cofradía que fueron a la encuentro de los rezadores matutinos con cencerros, panderos y lo que pillaron para acallar a los de la cofradía contraria.

         No podemos saber cuál es el origen verdadero, pero los dos que propongo (los anticlericales de la Gloriosa o los cofrades del pueblo de Cádiz) son perfectamente posibles en España. Así que quedaos con la que más os guste.

 


domingo, 26 de mayo de 2024

EL DESFILE DE LA VICTORIA (CON PERDÓN)

 


 

Por el principio de mayo, empezaban a poner en la Castellana unas tiendas grandes de campaña del ejército y con eso bastaba para que en mi corazón se encendiera la luz de la alegría porque el desfile estaba cerca. Si ponían las tiendas, era cuestión de unos pocos días para que el desfile se celebrara. Yo veía a los soldados entrar y salir de ellas con sus uniformes tan parecidos a los de mis Madelmanes y ya sentía cercano ese día de días en que, desde los setos de la Castellana,  mi familia y yo íbamos a ver el Desfile de la Victoria. Por aquellos días, no sabía a qué victoria se referían los que así los llamaban y para mí era tan sólo “el desfile”, ese día de fiesta con la luz de mayo que yo notaba pero no apreciaba en su justo valor porque para apreciar la luz hay que notar y sentir la sombra y la sombra no existe en el paraíso de un niño. ¡Qué pronto va a ser el desfile! - me decía- y los días pasaban lentos como ya nunca más han vuelto a pasar.

         Cuando llegaba el día, los caballos de la Guardia Civil formaban en  mi calle. Salíamos a coger sitio, en aquel seto, cerca del árbol de las orugas que tanto miedo me daba porque tenía unas protuberancias que lo hacían raro, casi monstruoso. Pero no tenía ninguna enfermedad, tan sólo que era viejo y a un niño lo viejo  le produce un extraño desasosiego como si, en los hondones del alma, algo le anunciara que el paraíso acabaría algún día. Desde aquel seto veía los tanques formados y, subidos en ellos, los conductores con sus pañuelos amarillos. Un año, uno de esos militares, se acercó al seto para saludar a su familia que veían el desfile al lado nuestro. Me pareció casi un dios.

         Tras los tanques, venían las fuerzas a pie: la legión con su cabra, el regimiento alpino con sus trajes blancos, tan blancos como sólo en la infancia se puede ver ese color; los Regulares, tan extraños con su gorro rojo y su aspecto africano; la Marina que formaba en Martínez Campos y, al final, los Guardias Civiles que habían estado formados en mi calle. Uno de ellos tenía una barba blanca y larga, como si fuera un genio de los bosques. Mi abuelo, para que lo viera mejor, me acercaba desde casa una silla de madera pintada de negro y, subido en ella, veía pasar el desfile por encima del seto verde que me separaba de la gloria. Por el cielo, pasaban las escuadrillas aéreas formando la bandera de España y entonces mi abuelo me contaba que, durante la guerra aquella de la que tanto hablaba, él había visto a García Morato abriéndoles paso desde su avión y animándoles con la mano a que avanzaran hacia ese Madrid que se moría de hambre y al que, un día, aquel señor bajito, que estaba en una tribuna cerca de Colón, bombardeó con bocadillos de jamón.

         Al acabar, volvíamos a casa y antes mi abuelo, con el señor Jesús, y  con un recogedor de madera, iba echando en un cubo las boñigas de los caballos que le servían de abono a los geranios que lucirían hermosos y provocadores citando a toros imaginarios en aquella terraza en la que pasé mi infancia.

         Muchos años después, leí en la columna de Umbral en El Mundo que los desfiles les gustaban a las putas y a las chachas. No se lo discutiré, pero sí le diré que se olvidó de mí que era el más devoto seguidor de aquella parada militar que con el tiempo se dejó de llamar de la victoria, justo cuando me enteré de qué victoria se trataba y la empecé, sin que lo supiera mi abuelo, claro, que había sido abanderado en aquellas tropas que tomaron Madrid,  a tenerle una cierta inquina porque esa victoria que celebraban era el fruto de media España contra la otra media; de tres años de muerte,  de sangre y de fuego en la vieja piel de toro.

         Había que esperar hasta el año que viene, pero ¿qué era el tiempo para un niño –dios eterno? Un compañero de colegio traería unos gusanos de seda que yo pondría en una caja de zapatos y a los que habría que alimentar con la morera que iríamos a coger a la calle de Castellón de la Plana, allí en donde había varios árboles que sobresalían por las tapias de los jardines y habría que ir viéndolos crecer y luego convertirse en mariposas que morían al poco. ¡Ay los gusanos de seda! Por mucho que recogía sus huevos, diminutos y amarillos,  nunca pude tener crías y, al año siguiente, otro compañero me regalaba otros pocos gusanos con su color blancuzco y con el olor de la poca morera que incluía en su obsequio.

         Mayo, era por mayo, cuando hace la calor y una luz que olía a la flor de los castaños de Indias llenaba el aire y en los jardines del Alto del Hipódromo y en los de la Residencia de Estudiantes había un no sé qué que nos decía que la vida había triunfado sobre la muerte. Y la luz dejaba a la sombra vencida en aquellas mañanas de mayo en que yo veía el desfile de la Victoria desde una silla de madera pintada de negro que me traía mi abuelo Luis desde nuestra casa, aquella casa que tenía una esquina en donde el viento soplaba en el invierno y en donde mi madre me decía que me atara bien la bufanda mientras me colocaba el gorro de verdugo para que no me entrara frío. ¡Ay esa esquina que se ha ido rompiendo con los años y que ahora yace rota en el recuerdo!

miércoles, 1 de mayo de 2024

SAN JOSÉ ARTESANO

 


 

Puesto que hoy es  el día de San José Obrero, me gustaría dedicarle algunas líneas a esta denominación que no creo ajustada al término griego. Vamos al texto griego de Mateo 13, 54-58:

Πόθεν τούτῳ ἡ σοφία αὕτη καὶ αἱ δυνάμεις;

οὐχ οὗτός ἐστιν ὁ τοῦ τέκτονος υἱός;

Que traducido viene a decir lo que sigue:

¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es acaso el hijo del carpintero?

Vamos a ver con detalle la palabra τέκτονος. En griego, la palabra τέκτων (en el texto de Mateo va en genitivo, es decir, funcionando como el complemento del nombre de “hijo”) significa, como primera acepción, carpintero que es la traducción más habitual. También puede ser un ebanista, herrero, escultor y hasta carpintero en un astillero. Considero que la traducción tradicional de carpintero es la más acertada. En latín, en la Vulgata, se habla del fabri filius que viene a ser lo mismo pues faber es un obrero o un artesano.

         Sin embargo, algo os quiero decir con respecto a la palabra artesano y a la palabra obrero. Creo que, durante el franquismo, se le llamo “artesano” porque lo de “obrero” no estaba bien visto y a los obreros, sub Franci regimine, se les denominaba “productores”, un término más “neutro” que obrero. Con todo el dolor de mi corazón, le tengo que dar la razón al régimen de Franco porque San José no era un obrero que, según la RAE, es un trabajador manual retribuido, sino un artesano que según la RAE es la “persona que ejercita un arte u oficio meramente mecánico”. Es decir, no el que desempeña una actividad “intelectual”, sino el que desempeña una actividad manual.

         Hoy, en la misa, el sacerdote hablaba de San José obrero, pero, con el perdón del sacerdote, creo que San José eran más un artesano que un obrero pues, que se sepa, no trabajaba a sueldo y sí tenía un pequeño taller que era lo más o menos habitual en la Palestina del siglo I d. C.

 En fin, que cuando el demonio no tiene que hacer mata moscas con el rabo o escribe una entrada de blog para inaugurar mayo.