Ramón
de Basterra era vasco, pero defendía lo español y buscaba en Roma la cultura
que salva a Vasconia de la barbarie. Ramón de Basterra era de Bilbao y amaba lo
euskaldún, pero habla de España y no se le cae la boca de vergüenza. Ramón de
Basterra tenía en aquel libro de Lázaro Carreter en el que aprendimos lengua
millones de españoles, una metáfora en la que hablaba de los montes cántabros
peregrinando por los siglos de los siglos. Ramón de Basterra tiene un estilo
cuidado y esta antología está prologada por José María de Areilza, entonces
primer alcalde franquista de Bilbao, luego fundador del Partido Popular, pero
no de éste, sino uno de los que se integraron en la UCD. Por cierto, que de ese
Areilza, alcalde falangista de Bilbao, nos hablaba José Antonio Ibáñez, aquel
profesor de Filosofía del Sagrado Corazón que no hay día que no recuerde. A
veces, Basterra me parece algo frío, pero sus poemas romanos, como si fuera un
Goethe del Botxo, son buenos y llenos de sentimiento clásico. Y es que en siendo
de Bilbao ya tenía mucho ganado. ¿O no?
domingo, 15 de noviembre de 2015
LA PALOMA
El protagonista de esta novela es un guardia de seguridad
que busca la absoluta seguridad en la vida. Todo le va bien hasta que se
encuentra, en el corredor, a una paloma y esta paloma rompe su vida. El pobre
hombre lo pasa mal, muy mal, hasta que descubre que la felicidad está en
abrir las puertas hacia afuera, como dijo el danés Kierkegaard. y consigue ser feliz en comunión con los demás.
Parece un argumento sencillo, pero las novelas de Süskind siempre dan para más,
para un poco más y uno se pregunta por qué este hombre no volvió a publicar (que
yo sepa). Todo lo que he leído de él me ha gustado, desde El Contrabajo hasta esta paloma que ahora vuela en este humilde
blog.
EL VERDADERO PEDRO SÁNCHEZ
Esta novela de Pereda comienza en La Montaña, en esa región a la que tanto quería el novelista de Polanco. Y en esa Montaña habitan Pedro y su padre, un hidalgo montañés en el que Pereda, a diferencia del hidalgo de Blasones y Talegas, no carga las tintas: es un hombre orgulloso de su linaje que no puede soportar a los García, unos advenedizos, homines novi, que detentan el Ayuntamiento, pero poco más. Su hijo es noblote y honrado, un montañés sin tacha. Sin embargo, la llegada de los madrileños cambia esas vidas pues le ofrecen a Pedro, por medio del padre, un politicastro corrupto de tres al cuarto, un empleíllo en la capital del reino. Y para allá que se va el montañés y en el camino conoce a Carmen y a su padre, un cesante en el que se ven muchos puntos de contacto con el cesante del Miau galdosiano. El pobre hombre sufre los cambios de gobierno, tan habituales en la España de entonces, teniendo que hacer mudanzas de provincias al Foro y viceversa; y junto a él lo sufren su hija Carmen y Quica, una señora que les cuida y les atiende. Poco a poco, Pedro va escalando por el cursus honorum y llega hasta ser gobernador de provincia mediterránea de donde se marcha por los abusos de su secretario en connivencia con su mujer y su suegra. El final no lo cuento, pero sorprende porque estábamos esperando una boda que no se llega a dar y uno siente pena por el pobre Pedro Sánchez. Sin embargo, en esta novela, lo importante es esa pintura de tipos en la vida matritense corrompida, llena de esos políticos que nos da la impresión de que han salido de noviembre de 2015 y no de mediados del XIX.
¡Mon Dieu, qué poco hemos cambiado!
miércoles, 4 de noviembre de 2015
DOMINGO BARTET
El 6 de octubre de 1934, Lluis
Companys proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal española.
Era un golpe de Escdtado en toda regla y Companys no dudó en ponerse en
contacto con el General Domingo Batet Mestres, que era de Tarragona y, por
tanto, tan catalán como él. Pero Batet, que también era general del Ejército y
Capitán General de Cataluña, se puso en contacto, cumpliendo su obligación de
militar y de español, con Lerroux que le ordenó que declarase el estado de guerra. Batet, buen militar, controló la
situación sin que el número de bajas fuera muy alto y, por esta acción, fue
condecorado con la más alta distinción militar española, la Laureada de San
Fernando. Pasaron dos años y cuando el ruido de los sables de los militares que
se iban a sublevar no contra la República, sino contra la anarquía que presidía
la República (si alguien tenga dudas que se lea el texto del Alzamientp), ya se
oía, Bartet fue hasta Irache, en Navarra, para hablar con su amigo Emilio Mola
Vidal que le dio su palabra de honor de que no participaría en la sublevación
militar. Batet, creyendo en la palabra de Mola, no se unió a la sublevación y
fue detenido y condenado a muerte. En vano, Queipo de Llano y Cabanelles pidieron
su indulto a Franco, que resentido con el de Tordesillas por no conceder el
indulto al general Campins – del que hablaremos en otra entrada de blog- se
negó a concederlo.
Batet era un hombre católico, nacido en una familia
tarraconense a la que ayudó Josep Tarradellas a salir de España cuando llevar
un crucifijo era una sentencia de muerte. Era un buen catalán, un buen español
y un buen soldado que cuando estaba ante el pelotón, sin temblarle la voz, dijo
a los soldados que lo apuntaban:
“Disparadme al corazón; os lo pide vuestro general”.
Hermosas palabras de un valiente soldado español.
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