El 6 de octubre de 1934, Lluis
Companys proclamó el Estado Catalán dentro de la República Federal española.
Era un golpe de Escdtado en toda regla y Companys no dudó en ponerse en
contacto con el General Domingo Batet Mestres, que era de Tarragona y, por
tanto, tan catalán como él. Pero Batet, que también era general del Ejército y
Capitán General de Cataluña, se puso en contacto, cumpliendo su obligación de
militar y de español, con Lerroux que le ordenó que declarase el estado de guerra. Batet, buen militar, controló la
situación sin que el número de bajas fuera muy alto y, por esta acción, fue
condecorado con la más alta distinción militar española, la Laureada de San
Fernando. Pasaron dos años y cuando el ruido de los sables de los militares que
se iban a sublevar no contra la República, sino contra la anarquía que presidía
la República (si alguien tenga dudas que se lea el texto del Alzamientp), ya se
oía, Bartet fue hasta Irache, en Navarra, para hablar con su amigo Emilio Mola
Vidal que le dio su palabra de honor de que no participaría en la sublevación
militar. Batet, creyendo en la palabra de Mola, no se unió a la sublevación y
fue detenido y condenado a muerte. En vano, Queipo de Llano y Cabanelles pidieron
su indulto a Franco, que resentido con el de Tordesillas por no conceder el
indulto al general Campins – del que hablaremos en otra entrada de blog- se
negó a concederlo.
Batet era un hombre católico, nacido en una familia
tarraconense a la que ayudó Josep Tarradellas a salir de España cuando llevar
un crucifijo era una sentencia de muerte. Era un buen catalán, un buen español
y un buen soldado que cuando estaba ante el pelotón, sin temblarle la voz, dijo
a los soldados que lo apuntaban:
“Disparadme al corazón; os lo pide vuestro general”.
Hermosas palabras de un valiente soldado español.
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