He leído
un libro de José Miguel Arroyo, Joselito, y confieso, sin que mi
intelectualidad sufra menoscabo, que me ha gustado mucho. Su vida de muchacho
de la Guindalera, un barrio madrileño cercano a la calle Cartagena, es muy
ejemplar para tanto babosillo de tres al cuarto que anda diciendo por ahí que
los toreros son asesinos. El futuro delincuente se salvó de la quema porque
entró en la Escuela Taurina, ésa que quería quitar la Carmena, y con el
“sargento” Martín Arranz su vida cambió. Joselito siempre me gustó toreando y
sabía que tenía inquietudes de buen lector porque ser torero no significa ser
un palurdo ni ser ecologista significa, per se, ser un tío de gran cultura; al
fin y al postre, para moverse con cuatro consignas más viejas que el tabaco tampoco
hay que ser muy listo. Os recomiendo el libro que a mí, que no soy torero y que
a lo más que llegaría sería a picador por mi cuerpo sandunguero, me ha ayudado
a comprender la vida, el mundo y la muerte. Ser torero es una manera de ser
ante el mundo. Pero eso hay gente que no lo pueden entender porque andan tan
sensibles con los derechos delos animales que luego apoyan a los terroristas de
la palabra y del hecho. Una pena.
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