En todas
las ciudades portuguesas que conozco, nunca falta una estatua al Marqués de
Pombal, el representante de la Ilustración en Portugal. Y yo me esperaba una especie
de Jovellanos, de Marqués de la Ensenada, aunque el señor marqués se quiso llevar
a los gitanos de calle y hacer un genocidio; o como el Marqués de Esquilache
que nos quiso recortar las capas y europeizar sin saber que este país es de rompe y rasga, de vino agrio y
de eructo a ajo. Ni pudo ni podrán
quitarnos el pestazo a vino gordo, la
faca metida en la faja ycon la confusión de mi alma con mi “arma” que tantas
veces se ha producido en nuestra historia. Pero vuelvo al tema y os digo que el
marqués, que reedificó Lisboa después del terrible terremoto, a quien le cogía
ojeriza se la cogía de verdad y, como veíamos en otra entrada, pilló por banda
a los Távora, llenó la cárcel de la
Junqueira y cortó más cabezas que un Robespierre. Hasta tal punto que la reina
que sucedió a su valedor, el rey don José I, la muy devota doña Maria I de
Portugal, lo exilió a sus posesiones a doscientas leguas de Lisboa. El marqués
de dedicó a la vida camponesa, la
reina abrió la Junqueira y aquí no ha pasado nada. En todas partes cuecen
habas.
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