jueves, 1 de septiembre de 2016

O MARQUÊS DE POMBAL




En todas las ciudades portuguesas que conozco, nunca falta una estatua al Marqués de Pombal, el representante de la Ilustración en Portugal. Y yo me esperaba una especie de Jovellanos, de Marqués de la Ensenada, aunque el señor marqués se quiso llevar a los gitanos de calle y hacer un genocidio; o como el Marqués de Esquilache que nos quiso recortar las capas y europeizar sin saber que  este país es de rompe y rasga, de vino agrio y  de eructo a ajo. Ni pudo ni podrán quitarnos el pestazo a vino gordo,  la faca metida en la faja ycon la confusión de mi alma con mi “arma” que tantas veces se ha producido en nuestra historia. Pero vuelvo al tema y os digo que el marqués, que reedificó Lisboa después del terrible terremoto, a quien le cogía ojeriza se la cogía de verdad y, como veíamos en otra entrada, pilló por banda a los Távora,  llenó la cárcel de la Junqueira y cortó más cabezas que un Robespierre. Hasta tal punto que la reina que sucedió a su valedor, el rey don José I, la muy devota doña Maria I de Portugal, lo exilió a sus posesiones a doscientas leguas de Lisboa. El marqués de dedicó a la vida camponesa, la reina abrió la Junqueira y aquí no ha pasado nada. En todas partes cuecen habas.

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