Cela es
una parroquia de Bueu, pueblo marinero de la comarca de El Morrazo, en Pontevedra.
Cela tiene su iglesia parroquial en el monte porque allá por el siglo XIII, los
piratas normandos no se andaban con bromas y había que ponerse a buen recaudo. Cela
aguantó los piratas, pero pasaron los años y, cuando ya se habían ido los
invasores del norte, llegamos los veraneantes dispuestos a comernos todos los
chinchos, las xoubas y los rapantes de la Ría bien regados con el vino de la tierra
que no es otro que el Tinta Femia que proviene de una vid autóctona de Galicia
y del norte de Portugal que también recibe el nombre de Caíño tinto. Otros piensan
que nada tiene que ver el Caíño con la Tinta Femia, pero no vamos a entrar en
tiquismiquis. El Tinta Femia se bebe en furanchos, un lugar que podría definir como aquél en que se bebe, se
come y se disfruta de la amabilidad de las gentes de la comarca y sólo el que
ha estado en ellos lo sabe. También se bebe en pequeñas tabernas como la del
Iglesario de Cela, lugar de culto para los muy devotos de la gastronomía
buenense. Un servidor tuvo la suerte de probarlo durante muchos años en la casa
de Agustín Entenza, aquella casa donde
el sol poniente doraba los azulejos de la cocina y la luz del faro te acompañaba
en la noche. El pater familias, que había sido estado en la mercante y por
aquellos años tenía un taxi en Bueu, además de manejar las brasas para el
pescado como nadie lo ha hecho jamás en la historia del mundo, guardaba botellas del Tinta Femia en su bodega y
aquello era una sucursal de la gloria. También tomé buenos vinos en la casa de
la familia Barcia, en Sabarigo, una aldea de Cela que también anda por los montes.
Las comidas en casa de los Barcia eran tan largas que veías el sol ponerse allá
por la Isla de Ons y todavía no habías llegado al postre. Desconozco si aquel
vino era Tinta Femia, pero sí digo que, servido por el inefable Francisco, de
cuya vida saldría una novela, era la sangre de un gigante. En mi poemario A la sombra de Teucro, en uno de sus poemas, hablo de las cubas de
Tinta Femia que hechizaron a aquellos griegos que fundaron Helenes… . No quiero
seguir y os dejo con las palabras de
Asun Estévez, pregonera de la fiesta del Tinta Femia lo dijo muy bien: Se o deus Baco estivese aquí, de seguro
que gozaría porque sen dúbida éste ben podería ser un viño de deuses. Amen.
También os regalo un fragmento del
poema del que os he hablado unas líneas más arriba:
AL
alba llegamos hasta aquellas riberas,
el
mundo era joven, de azul revestido.
Salieron
jinetes con banderas al viento,
gritando
un nombre en la mañana del mundo,
haciendo
resonar los bosques oscuros.
¡Extranjeros,
extranjeros, sus bocas nos llamaban,
pero
huéspedes nos enseñaron sus redondas moradas.
Rompía
tres veces el mar en sus playas;
con
verdes laderas se vestían sus montes;
una
isla esperaba vigilando la ría
la
niebla sagrada que la abrazaba al ocaso,
la
barca que llevaba a la joven Trahamunda.
Un
hombre encendía una hoguera en su choza
con
los secos carozos de pasadas cosechas
y
en las tardes empujaba rodando las cubas
con
la sangre robada a algunos gigantes. (…)