Todos guardamos una
habitación cerrada con llave en la que escondemos cosas que no queremos que se
vean, acciones de las que, por múltiples motivos, nos avergonzamos o ideas que
no queremos que salgan a la luz porque podría ser que fueran muy parecidas a las de esos que tantos criticamos. Cuando
se llega a la última puerta del castillo
de Barba Azul, lo que el solitario personaje esconde, es su interior más
recóndito, eso que mis amigos los psicólogos llaman el subconsciente. Lacan
decía que también el subconsciente estaba estructurado de manera lingüística y
reafirmaba, una vez más, la importancia del lenguaje en nuestras vidas. Viene
esto a cuento por la audición reposada y siguiendo los comentarios sobre la
partitura de El castillo de Barba Azul
de Béla Bartók, obra que la tenía un poco postergada y que una conversación con
esa maravillosa familia húngara que son los Bodor me ha hecho redescubrir y
apreciar en su justo mérito. La versión que tengo es la de mi muy admirado músico
Georg Solti, húngaro universal que hacía de la música un gozo inefable. Gran
obra la de Bartók que explora por esos territorios ocultos en los que no
queremos penetrar no vaya a ser que creyéndonos los más justos de la tierra
seamos los más injustos.
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