En
Múnich, exactamente en 1937, se abrió una exposición que llevaba por título entartete Kunst, Arte degenerado. Un año
después, en Düsseldorf, se abría una exposición muy parecida: entartete Musik. El promotor de tan
nefastas exposiciones fue Hans Severus Ziegler que era el portavoz de la
“cultura” nazi y que había comenzado como director de una revista que también
versaba sobre la cultura del partido nacionalsocialista. Además de antijudío,
este Ziegler era anti negros y redactó un libelo que llevaba por título Contra la cultura negra y por la herencia
alemana. En este infame panfleto, este Hans venía a decir que la música de los
negros, tales como el jazz o las bandas, e incluso hasta mismos artistas negros eran una bofetada para el arte
alemán. Que sonara esta música era un
signo insoportable de decadencia. Los nazis aplicaron al arte y a la música el
término degenerado y lo tomaron de Lombroso, el médico y criminólogo italiano
del siglo XIX que quería expresar con esta palabra una situación de deterioro.
Así pues, los músicos judíos, negros, gitanos o de cualquier raza que no fuera
la aria (sin comentarios lo de raza, pero ha poco que una “ministra catalana”
ha hablado de la raza catalana). Los judíos se habían infiltrado en el pueblo
alemán y lo habían “contaminado”. Por medio de este decreto, bastaba con tener
antecedentes judíos o negros para que tu música dejara de sonar y así ocurrió con
el pobre Mendelssohn cuya música dejó de oírse en las salas de conciertos.
También se dejaron de oír las operetas de Leon Jessels, - un autor al idolatraba
Hitler porque pensaba que sus melodías eran “alemanas de pura cepa”-, Kurt
Weill, Paul Hindemith, Schönberg o Berg. Todos eran judíos que manchaban la música
alemana. Tampoco se podía representar Porgy
and Bess de Gershwin porque “era cosa de negros (¡ojo! en el Metropolitan
no se estrenó hasta treinta y cinco años después de su estreno oficial)
No
hace falta que os habla del terrible empobrecimiento que esto conllevó para la
música alemana y para la cultura en general. ¿Cómo podían juzgar lo que estaba
degenerado los más degenerados de los degenerados? Pues, como Stalin se metía a
dirigir a los músicos rusos para que no se salieran del realismo soviético. Una
manía que tienen los dictadores de meterse donde no los llaman.
Sin
embargo, hay una acción que brilla con luz propia en medio de tanta miseria: Béla
Bartók, el gran músico húngaro, se
presentó en un registro del gobierno de Hitler y solicitó, sin ser judío ni
negro, que lo incluyeran en la lista de los “degenerados”. Era su manera de
protestar contra tan injusta ley. Los hay que los tienen muy bien puestos.
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