Hace tan
sólo unos días, en ese magnífico programa que se llama Sinfonía de la mañana que conduce con mano maestra Martí Llade, el donostiarra de pro,
se habló de un duelo de titanes: Liszt contra Thalberg o, lo que es lo mismo, los dos mejores pianistas
del mundo de mediados del siglo XIX frente a frente. Según lo que nos contaba
Llade, la cosa terminó en “tablas” pues Thalber fue considerado el mejor
pianista del mundo y Liszt, el “único pianista del mundo” que es como decirlo
todo y no decir nada. Terminaba el cuento diciendo que de Thalberg ya nadie se
acordaba y que, sin embargo, Liszt era recordado por encima de bobos duelos
para diversión de marquesonas. Me gustó
el programa – como siempre-, y me dio por buscar algo sobre Thalberg y resulta
que este músico de Ginebra sí que es recordado en un lugar del mundo que no
está lejos de mi casa y que además es un lugar que llevo en mi corazón: Zamora.
Y ¿qué tiene que ver Zamora con el músico suizo? Pues lo vamos a ver.
Resulta
que el maestro Haedo, ese cántabro que se afincó en Zamora y que ha recibido el
honor de tener un Instituto a su nombre y de ser recordado en esta ciudad con
enorme cariño por ser un grandísimo músico dirigiendo la banda de Zamora y la
Coral de Zamora con la que paseó el nombre de la ciudad del Duero por toda la
geografía nacional tuvo la genial idea de adaptar para banda la Marcha fúnebre
para piano de Thalberg y de esa manera hizo que, cada Semana Santa, no sólo en
Zamora, sino en otras muchas poblaciones de Castilla y León, se escuche la
música de este ginebrino. La pieza es tan conocida que no se entiende la Semana
Santa en Zamora sin ella. Otra cosa es que se sepa que el autor es el tal
Thalberg y que su arreglista fue el maestro Haedo con el que, desde este mismo momento, quedo en deuda para la escritura de una
entradilla de blog.
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