Es la
primera y única vez que voy a hablar sobre Pablo Hasél. Vaya en primer lugar
que jamás había oído hablar de él hasta que ha surgido esta polémica de la que
se han aprovechado unos cuantos canallas para ponerse a quemar las calles. Tras
leer algunas “letras” de este rapero, me gustaría decir que lo que escribe esa
persona es algo que dista mucho de ser poesía, rap o expresión medianamente
artística y que también dista mucho de hacer uso de la libertad de expresión a
la que se agarra como un náufrago que se ha tirado él mismo del barco. Veamos
el porqué.
Para
escribir poesía se requiere arte al igual que para cualquier otra expresión
artística. Una pella de barro no es arte hasta que el alfarero no lo convierte
en un objeto artístico; un trozo de mármol no es arte hasta que el escultor le da
vida; un lienzo es una tela muerta hasta que el pintor no la llena de imágenes.
Las palabras que suelta ese individuo son palabras tan brutas como el barro,
como el mármol o como la tela, es decir, un flatus vocis, eso sí, lleno de una terrible mala leche y ofensivo
para personas que, como Miguel Ángel
Blanco, murieron de un “valiente” tiro en la nuca.
En
referencia al concepto de libertad de expresión, es necesario decir que se refiere a expresar argumentos que pueden ser, efectivamente,
contrarios a nuestra manera de pensar y a la manera de pensar del gobierno de
turno, pero que son siempre respetuosos
con el contrario. Decir “quiero clavarle un piolet a José Bono” no es libertad
de expresión, sino un exabrupto, un regüeldo lingüístico lleno de odio, un
eructo grosero y sin gracia que retumba
con dolor en los oídos bien nacidos.
No
le quiero escribir ni una palabra más a este personaje. El que unas ¿personas?
salgan a la calle a defenderlo en nombre de una libertad de expresión mal
entendida nos revela la situación indeseable a la que ha llegado la sociedad
española que, a mi modo de ver, empieza a tomar puerto en un lugar de no retorno porque, además de contenedores, han
quemado las naves de la educación, de la urbanidad y del civismo. Que una sociedad
se dedique a la defensa de un personaje de tan ínfimo calado, cuyo sitio no
debería ser la cárcel – en eso estoy de acuerdo con los Echeniques-, sino un hospital
mental en donde pudiera curarse de catatonia espiritual y mental, indica que
esa sociedad está entrando en un terreno muy peligroso.
Nunca
la sociedad española había caído tan bajo aunque haya defensores de lo indefendible
porque no se trata de que digan o no digan jueces “franquistas” que, por otra
parte, tienen que estar como la momia de Tutankamón, sino de que nosotros tenemos
que ser jueces y parte de la sociedad que queremos para nuestros hijos y para
nuestros nietos: la de la convivencia o la de los contenedores ardiendo por las
calles. Esa es la elección.