sábado, 27 de febrero de 2021

LLÉVAME A CASA DE JESÚS CARRASCO

 

Recuerdo perfectamente cómo mi compañera de Lengua me habló de Jesús Carrasco y de una novela que había leído y que le había encantado: Intemperie. No era una novela al uso, sino que tenía un “algo” que te dejaba un buen sabor de boca, un “no sé qué que quedaba balbuciendo”. Supe que Carrasco había sacado una segunda novela, pero, metido en otras lecturas que nunca faltan, aún es la fecha que no la he leído. NO tardando mucho, me voy a poner a la labor gozosa de leerla. Sin embargo, el otro día, bajé donde Nuria, la heroica librera de Boecillo en tiempos de pandemia, y le pregunté por la última novela de este autor pacense. La había recibido como novedad, la tenía en la tienda y yo había leído alguna publicidad de esa que te meten de paquete velis nolis. Así pues, me puse a su lectura y la disfruté de lo lindo porque Llévame a casa, así se llama la novela, trata de la sagrada relación de padres e hijos, de la dura vida de aquellas generaciones que, nacidas en los años del hambre y en un campo de hambre, tuvieron que emigrar a las grandes ciudades y cambiar el campo por una casa de cincuenta metros cuadrados en donde por lo menos había servicio y una paga cada mes con la que alimentar a la familia. Cada cierto tiempo, los fines de semana o en verano, había que volver al pueblo porque, en esas ciudades satélites de las grandes urbes nadie era de donde vivía, sino que eran de su pueblo, aquel pueblo de Extremadura, o de La Mancha del que habían tenido que marcharse porque en Madrid estaban la Standard o la Pegaso, en Valladolid, la FASA y, en Barcelona, la SEAT. Por eso en aquellos barrios del “extrarradio” , sus habitantes aspiraban la “h” y se comían las “eses”: porque así hablaban en sus pueblos. Algunos se volvieron al pueblo al jubilarse; otros se quedaron para siempre en aquellas ciudades que habían visto crecer a sus hijos y, quizás, morir a sus padres, esa generación aún más arraigada en el campo que paseaban por los balcones como la pantera de Rilke, echando de menos los largos horizontes de su pueblo perdido y el olor a madre de las huertas.

         De toda esta historia reciente de España (no hace ni cuarenta años de las grandes emigraciones del campo a la ciudad) trata este libro de Jesús Carrasco, un autor que mima cada página, que vive cada página, que siente cada página. Para algunos, va a ser como un espejo en el que vean su niñez, sus padres, sus abuelos; para los más jóvenes el documento literario de que un día, muy cercano en la historia, las cosas eran muy complicadas aunque no hubiera pandemia; la firme constatación de que hubo una generación heroica que hoy se nos está muriendo de asco en las residencias de ancianos sin poder sentir el calor de un beso ni la fuerza de un abrazo y que, es posible, que, en silencio, esté repitiéndose el título de esta novela. Sí, en silencio, porque no quieren ser una carga para sus hijos que, con estudios, andan por el mundo adelante sin recordar aquella de “honrarás a tu padre y a tu madre”.  Este libro va por ellos, que no se merecían un final así,  y por los hijos que ya hemos olvidado lo mal que lo pasaron nuestros padres en aquellos años en que no había más playa que “el charco del obrero”, la manera popular de llamar al Parque Sindical.  Pero la vida es como es, especialmente con los pobres. Gracias, Jesús Carrasco, por haberte acordado de esta generación que tanto luchó y que ahora se nos está muriendo en silencio, como dicen que mueren los corderos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario