Habían
sido una cultura brillante, con banquetes en donde cantaban sus poetas, Alcman
o Tirteo - otro día hablamos de ellos-,
y se convirtieron en una extraña diarquía en donde no había más cultura
que, si se le puede llamar cultura, que la guerra. Cierto es que los mesenios
podían volver a pedirles los que les habían quitado; que, como en la novela de
Dino Buzzatti, El desierto de los tártaros, había que vigilar porque, cualquier día, los
tártaros, o los mesenios en este caso, podían llegar. Pero llegó un momento que, a los espartanos - pues como el sabio lector
habrá descubierto, es de ellos de quienes hablamos-, sólo vivían para la guerra.
Y se acabaron los poetas con hermosos poemas de lírica coral porque el miedo a
los mesenios les había convertido -¡triste paradoja!-, en los esclavos de los mesenios. Es más, sin
darse cuenta, estaban protegiendo una sociedad que ya no merecía la pena
proteger. ¿Acaso iba a ser peor una sociedad mesenia que una sociedad en donde
los hombres se pasaban más de cincuenta años – toda su vida-, en un cuartel?
¿Una sociedad en la que los padres no podían tener a sus hijos con ellos? ¿Unos
ciudadanos dedicados como única ocupación a la guerra? El miedo aparece cuando
tenemos miedo a perder algo bueno, pero
la sociedad espartana acabó derivando en una sociedad tan poco apetecible como
la Rusia soviética. El miedo, como bien saben los dictadores, tiene mucho
poder. Un pueblo que teme es un pueblo manipulable, un pueblo esclavo, un
pueblo al que se le va quitando lo que de humano tiene la vida y toda la vida
se le centra en luchar contra un enemigo que, como los tártaros de Buzatti,
nunca llegan o, si llegan, lo hace de manera fantasmal, sin dejarse ver a las
claras. Esparta perdió una gran vida cultural y hasta su gastronomía se vio
reducida a un incomestible caldo negro, mezcla de sangre de cerdo, vinagre y
sal. Había que criar hombres duros que anduvieran descalzos y que, como ritual
de paso, mataran a algunos ilotas al estilo del Ku-Klux-Klan. Fue una pena.
Tengamos cuidado no nos ocurra a nosotros lo mismo.
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