Mi
abuela Patro leía el ABC porque decía que era el único periódico “que no s ele
caía de las manos” razón ésta que argumentaba diciendo que no s ele caía de las
manos porque venía grapado. No supe nunca si en sus palabras había un punto de
ironía madrileña, pero lo que sí que os
puedo asegurar es que, desde pequeño, siempre la veía con el ABC. Bien es
verdad que, durante una temporada, compraba el YA, el periódico de la Editorial
Católica, la que había fundado el Cardenal Herrera Oria, y lo compraba quizás
como recuerdo de su padre, que también lo leía. Sin embargo, fuera por la grapa
o por variadas razones (su hermano Ángel era linotipista de este periódico
cuyos talleres estaban entonces en la muy madrileña y pija calle de Serrano, en
un edificio que había salido de los planos de aquel maravilloso arquitecto que
fue Aníbal González, autor, entre otras maravillas, de la Plaza de España de
Sevilla), lo cierto es que el periódico que con más gusto leía era “su ABC”
que, ya en sus últimos años, le comparaba según iba al Vasco de la Zarza en un
quiosco del Mercado Chico abulense y luego en la calle Valladolid.
Yo,
del ABC, recuerdo las columnas de Capmany (con perdón de los progres), las
críticas musicales de don Antonio Fernández Cid con sus de oraciones
subordinadas que se enredaban y que me enseñaron más sintaxis que Basols de Climent;
la columna de Antonio Burgos y su gracejo
sevillano y, sobre todo, la Tercera de ABC, aquella página en la que escribía
don Julián Marías, don Pedro Laín Entralgo o don Francisco Rodríguez Adrados
por citar algunas de las muchas firmas que se dieron cita en esa página mágica.
También
recuerdo el ABC cultural que se publica los sábados y el Alfa y Omega que se
publica (o publicaba) los jueves. En aquel Cultural conocí a muchos autores y
hasta tuve la suerte de poder leer la primera publicación de los Sonetos del amor oscuro de Lorca que, al
poco tiempo, pondría en música mi muy querido Amancio Prada.
Sin
embargo, lo que se me viene ahora a las mentes con un enorme cariño eran esas
crónicas que una periodista (cuyo nombre no recuerdo) hacía sobre los lugares
de veraneo en la Sierra de Guadarrama (entonces se llamaba así y no como la llaman
ahora los periodistas analfabetos de los noticiarios) y, en especial, el
recorrido por los Paradores que se fue haciendo Torcuato Luca de Tena y que,
para mí que nunca me gustaron los viajes, era una manera maravillosa de viajar.
Contaba don Torcuato sus desayunos, sus paseos, sus comidas, la belleza del
Parador en el que pernoctaba y con eso le bastaba a mi escaso deseo viajero.
Ahora
veo el ABC, El País o El Norte de Castilla en el teléfono. No sé si mi abuela
Patro hubiera aprobado esta manera de leer el ABC porque a ella le gustaba
leerlo con una lupita pequeña que usaba cuando la letra bajaba del cuerpo diez.
Pero seguro que se hubiera adaptado a estos nuevos tiempos que corren como
persona inteligente que era.
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