El padre
Claret, confesor de la reina y fundador de los claretianos, estaba que trinaba:
Isabel II había reconocido el nuevo reino de Italia en contra de los Estados
Vaticanos. El hecho no era algo que atentara contra ningún dogma de la Iglesia,
pero no podía ser que una reina católica no apoyara al papa Pio IX. Claret
creía que la reina había incurrido en excomunión. Sin embargo, la política
vaticana, quizás porque los acontecimientos habían devenido en una situación
muy tensa en la que las fuerzas más conservadoras de España llegaron a
preguntar que por qué el padre Claret oficiaba misa para la reina, decidió
concederle a Isabel la Rosa de Oro del Vaticano. Algunos cardenales no lo
comprendieron y le dijeron a Pio IX que cómo iba a conceder la Rosa de Oro
Vaticana a una mujer que, por su ardor sexual y sus numerosos amantes, bien
podía ser considerada como una putanna.
Es fama que Pío Nono respondió estas famosas palabras:
-
É putanna, ma pia.
Y es que el papa tenía razón
porque Isabel se entregaba al sexo con locura, pero inmediatamente corría a
confesarse de con Claret al que no le arriendo las ganancias por lo que tendría
que oír el pobre. La reina tenía una fe sincera, quizás algo infantil, pero
junto a un sentimiento sexual desbocado – que ella supo usar y del que sacó
provecho-, tenía una fe sincera que le llevaba a escuchar misa diaria y a
recibir, también a diario la santa Comunión.
Como no somos
nadie para juzgarla, quedémonos con lo
que de anecdótico el asunto tiene. Que Deus nos perdoe.
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