Toda
esta historia comienza cuando, en el
Real Sitio de San Ildefonso, la reina regente María Cristina se enamora de un
sargento de su guardia de corps, Agustín Fernando Muñoz y Sánchez con el que se
casó, contrayendo matrimonio morganático, en secreto y en el Palacio Real de
Madrid. El sargento era de Tarancón y contaba a la sazón veintiocho tiernos años
y tan sólo dos más su real alteza. Mas ¿qué tiene que ver la monja en todo este
embrollo del corazón? Pues mucho porque el padre de la monja, - en religión sor
María Rafaela de los Dolores y Patrocinio de Nuestra Señora, más conocida como
sor Patrocinio, la monja de las llagas-, había tenido negocios con el padre del
sargento que era estanquero. Parece ser que ese fue el motivo por el que sor Patrocinio entró en Palacio como
también entró el cura que casó a María Cristina con el sargento, y que se llamaba
Marcos Aniano González, amigo del novio, que durante tres lustros fue capellán
de Palacio y confesor de María Cristina. Vaya por delante que a mí, la tal Patrocinio,
me cae simpática tan sólo porque se llama como mi abuela Patro cuyo nombre
completo era Cristina del Patrocinio, pero a la que llamaban Patro y, cuando
era una niña, Tati. En fin, que, gracias
al conocido por el pueblo como “el estanquero de las abarcas” y sus negocios
con el padre de sor Patrocinio , entró ésta en palacio en donde conoció a
Isabel II cuando la pobre niña, educada para ser un títere de las camarillas
palaciegas, contaba con tan solo trece años. El sargento ascendió a general y recibió numerosos títulos de nobleza siendo el
más usado y conspicuo el de duque de Riánsares con grandeza de España. Pero de
esta familia trataremos con más detalle porque se merecen una entrada aparte si
es que tenemos tiempo y ocasión.
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