Lo
de los Borbones y la entrepierna parece que es una maldición bíblica. Sabidos
son las aventuras de Fernando VII cuyo pene tenía tal tamaño que los médicos
tuvieron que prepararle un artilugio para que pudiera mantener relaciones con
la reina sin “dañarla”; las de su viuda
María Cristina con el sargento al que, finalmente, convirtió en marido; las de su hija Isabel con tantos amantes que
no cabrían en esta entrada de blog y las de Alfonso XII que llegó a parar un
tren para tirarse a una guardagujas (no me obliguéis al chiste fácil de que, al
final, en lugar del tirarse al tren, se tiró a la pobre empleada). Pero también
Alfonso XIII tuvo las suyas y fueron muchas las amantes de las que tuvo algunos
frutos
que hemos llegado a conocer como, verbi
gratia, don Leandro de Borbón. Sin embargo, lo que he sabido hace poco es
que don Alfonso fue un gran productor de cine porno. Y no sólo productor, sino
también guionista. Por si esto fuera poco, el mismísimo conde de Romanones ejerció
de intermediario entre la productora barcelonesa Royal Films, - de los hermanos
Ramón y Ricardo Baños con los que llegó a rodar unas setenta películas que se
estrenaban en el cine del Palacio Real y que luego se exhibían de madrugada en
las salas del barrio chino de Barcelona-, y el mismísimo rey de las Españas. De
todo ese material tan sólo nos han quedado tres: Consultorio de señoras, El
ministro y El confesor que fueron
rodadas entre 1915 y 1925. Don Alfonso era un sportman, amantes de los coches de gran cilindrada, tío campechano que no tuvo reparo en bañarse en bolas en las
Urdes y al que le gustaban los cigarrillos egipcios. Vamos a boa vida que se dice en galego. Sin embargo, creo que con lo del
porno se pasó cien pueblos. También se pasó con la guerra de África y luego
vendría el “informe Picasso” y la Dictadura de Primo de Rivera que
aceleraron su caída. Finalmente, murió en Roma, bajo el manto de la Virgen del
Pilar. ¡Que le quiten lo bailado al monarca!
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