De nuevo os propongo un relato para que me digáis si merece la pena o no que los siga escribiendo.
DARÍO Y LA LIEBRE
Una enorme columna de soldados en
perfecta formación recorría la tierra de los escitas, pueblo de pastores,
criadores de caballos y arqueros; pueblo de las estepas desde los Cárpatos a
las lejanas tierras donde el sol nacía y en las que gobernaban emperadores de
túnicas doradas en cuyos jardines caminaban mujeres de pies diminutos y
cantaban los pájaros entre los árboles extraños que tan sólo se daban en las
tierras lejanas que, al andar de los siglos visitaría el veneciano Marco Polo y
traería con él una princesa china de nombre Kozacín; pueblo de tez rubicunda
eran los escitas y de intensos ojos azules como si el cielo que cubre la
estepa, amoroso unas veces, cruel otras, se hubiera quedado en ellos de tanto mirarlo
para conocer de dónde iba a soplar, de dónde vendrían las nubes o si la nieve,
que amortajaba la estepa con su blanco sudario, vendría ya en otoño.
Estaba Darío extrañado y todo el
ejército con él del extraño regalo que le habían entregado los escitas: un
pájaro, una ratón, una rana y cinco saetas. ¿Qué podría significar ese regalo?
– se preguntaban los persas que no hacían más que preguntarle al mensajero que
se los había hecho llegar, pero este nada decía. “Pero tú, mensajero, algo
tienes que saber”. Pero el mensajero seguía callado. Tras muchas insistencias
de los persas, rompió su mutismo y dijo: “Gran rey, yo tan sólo tengo la orden
de entregaros estos regalos. Nada más os puedo decir. Pero si vosotros, medos,
sois tan sabios y tanta fama tenéis de estrelleros, pensad con detenimiento lo
que puede significar. Yo, os repito, nada más puedo decir sin que mi vida corra
un grave riesgo,.
Se quedó callado el mensajero escita y,
al poco, volvió con los suyos. Se quedaron también en silencio los persas sin
saber cómo descifrar tan extraño regalo de los escitas.
Darío, tras varios días sin salir de su
tienda, pensando en qué podría ser ese regalo, llegó a una feliz conclusión que
no era sino que los escitas se rendían a su soberanía y así lo explicaba el
gran rey a sus consejeros: “Mirad, el pájaro es muy parecido al caballo pues
vuela libre por la estepa como él. Por tanto, con este pájaro nos entregan su
indomable libertad. La rana, puesto que vive y se cría en el agua, significa
que los escitas nos entregan sus costas; el ratón, puesto que en la tierra se
cría y come lo mismo que los humanos, significa que nos entregan sus tierras. Y
por último, las cinco saetas son una manera de decirnos que nos entregan todas sus fuerzas y todo su poder.
Esta era la interpretación de Darío. Sin embargo, Gobrias, que fue uno de los
septiminios que le arrebató el trono al gran mago de los persas, les hizo saber
a sus compatriotas su diferente interpretación:
-
¡Persas, atended: Darío está
confundido!
Un rumor que desembocó en griterío
siguió a estas palabras del sacerdote que, tan pronto como se callaron los
persas, siguió hablando:
-
Mirad, yo os hago esta interpretación:
si vosotros, persas, no os vais de aquí volando como pájaros, si no os metéis
bajo tierra como los ratones o, de un salto, tal y como hacen las ranas, no os
echáis al agua de la laguna, os resultará imposible volver sobre vuestros pasos
y moriréis traspasados por las saetas.
Confundidos por tan
extraños regalos y por las interpretaciones de Darío y de Gobrias, sabiendo que
un cuerpo escita había ido a parlamentar con los jonios que, por orden de
Darío, custodiaban un puente y que éstos les habían explicado a estos escitas
que Darío tan sólo les había encargado vigilar el puente durante sesenta días y
que, por tanto, si lo abandonaban una vez pasado ya ese término, ni le ofendían
a Darío ni les ofendían a los escitas y sabiendo además que ese cuerpo de
escitas había regresado con el grueso de la atropa, decidieron los escitas
presentarse a los persas para trabar
combate con ellos.
Formaron las filas delante de los
persas. El viento se quedó parado y guardó silencio. Se pararon expectantes los caballos salvajes que
pastaban no muy lejos del lugar y las aves que iban volando se pararon para ver
el encuentro entre ambos ejércitos: el de Darío, en perfecto orden, una máquina
de guerra perfecta a la que controlaba la ciega obediencia al gran rey; el de
los escitas, por el contrario, un ejército
de hombres libres que luchaban por seguir siéndolo en las infinitas estepas.
Darío al frente de sus tropas, comprobó el perfecto estado de las mismas y
pensó que no tardarían mucho en masacrar a aquellos pastores nómadas que nada
sabían del arte de la guerra. Miró a sus hombres y se sonrió para sus adentros.
Mas de pronto algo ocurrió en las filas
escitas: los soldados corrían sin orden ni concierto, dando gritos; se empujaban
y se caían; se reían a carcajadas como unos niños que estuvieran jugando a las
puertas de sus cabañas. Nada entendía Darío y, finalmente, envió a un soldado
para que les contar lo que estaba pasando en las tropas escitas.
Cuando volvió el soldado, Darío no daba
crédito a sus palabras: “Una liebre, gran rey, están persiguiendo una liebre.
Apenas la han visto. Todos se han puestos a perseguirla como si fueran niños”
Darío, entristecido, mirando al soldado
y a Gobrias dijo:
“En verdad que estas hordas de escitas,
hijos salvajes de las estepas, en muy vil concepto nos tienen pues se toman a
broma nuestro ataque. Ahora veo que Gobrias tenía razón en la interpretación de
sus regalos. Estos bárbaros se burlan de nosotros como si fuéramos unos
muchachos imberbes en su pubertad. Que se queden jugando con su liebre que
nosotros nos volveremos cuando llegue la noche dejando, eso sí, los asnos para
que con sus rebuznos crean los escitas que todavía permanecemos aquí. Por la
misma razón, dejaremos, al partir con las sombras, los fuegos encendidos y con
ellos los viejos y los inválidos que de nada nos sirven sino de carga. Seguro
que, por la mañana, cuando se vean solos, alzarán sus brazos pidiendo socorro a
los escitas, pero ya será tarde cuando éstos vengan y descubran que nos hemos
marchado. Nada quiero saber de bárbaros para quienes una liebre es más
importante que Darío I, hijo de Histspes y Rodoguna, soberano de Persia, Elam,
Mesopotamia, Egipto, el norte de la India y de las colonias griegas de Asia Menor.
Y volviendo su caballo, se llegó hasta
el campamento a esperar que el sol se ocultara tras los tesos lejanos que
conversan con la tierra y con el cielo y que también tratan con ellos de las
lluvias y los vientos, de las escarchas y los rocío, de la nieve y las tormentas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario