Mi abuela Patrocinio
se quedaba estupefacta por mi facilidad para reconocer los perfumes. Cuando iba
con ella al teatro, era capaz de saber
qué perfume llevaba el caballero que se sentaba en la butaca de delante. Es
más, en una presentación literaria a la que he acudido ha poco, noté el caro
perfume de Térre de Hèrmes. Todo esto viene a cuento porque
he leído la novela de Patrick Süskind, gran éxito editorial hace ya años, y
que, dados mis antecedentes como nariz sensible, llevaba un tiempo con deseo de leer. El perfume. De este autor voy leyendo
poco a poco obras y de ninguna salgo defraudado. Ya hablé hace poco del caso
del señor Sommer y su continua huida de la muerte y ahora os hablo de este personaje
que, frente a su inodoridad, puede descubrir cualquier perfume. En su búsqueda
del perfume perfecto – que huele una tarde en París –el protagonista llegará a
matar. El pobre hombre huele perfumes, pero se olvida de que la fuente de ese
perfume es una persona. Es, en definitiva, un enfermo que no ha conocido el
afecto humano y que tan sólo vive en un mundo de olores, pero en el que no hay
seres humanos. La novela me ha parecido buena y me ha hecho pasar un buen rato.
¿Qué más se puede pedir?
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