En mi casa
madrileña, habitaba un señor que se llamaba don José García de Polavieja y
Novo, que era coronel y que militaba en Fuerza Nueva. También tenía una fábrica
en Torrejón de Ardoz en la que fabricaba banderines y en la que trabajaba el
mítico Pepe el Luchador. Casado con una Pérez de Guzmán, familia sevillana que
procede de Jerez de los Caballeros, no tuvieron hijos y habitaban la soledad de
un piso de casi cuatrocientos metros cuadrados. Don José era un hombre bueno,
fervoroso católico, amigo del padre Maruri, un jesuita de tronío, y campechano.
Había hecho su cuartel general en el bar el Botillo y al se llevaba su carpeta
de dibujos y su gorra alemana que le daban un aspecto bohemio. Cuando murió mi
madre, don José me dio un abrazo lleno de cariño y me dijo: “Ahora tienes que
ser hombre”. Siempre se lo he agradecido. Murió en un verano y quedó una
ausencia en el portal y en aquella casa tan grande que ahora habitaba su viuda,
una sevillana menudita y friolera que no tenía calor nada más que en los días
de ferragosto, como dicen los italianos. Le gustaba a esta señora tan delicada
ir a confesarse a los dominicos, en especial con el padre Varona, y, entre
misas y paseos por Serrano, se le iba el día. También era una buena persona,
pero el día en que murió mi madre, cuando le fui a dar un beso, me apartó la
cara porque, seguramente, en su visión de la sociedad por estamentos, un
miembro del tercer estado no podía besar a una señora de la nobleza de Jerez de
los Caballeros. Recuerdo su acento sevillano y recuerdo también que, cuando en
el colegio leí lo de Guzmán el Bueno y su hijo, me impresionó que esta mujer fuera descendiente directa de
tan valeroso prócer al que, por aquellos
días, se nos comparaba continuamente con el general Moscardó y aquella
conversación telefónica con los que asediaban el Alcázar y en la que, al final, el muchacho moría gritando ¡Viva España! Pero
ya estamos como el otro día, que no os he contado nada de don Camilo García de
Polavieja que era de quien os quería hablar.
jueves, 24 de diciembre de 2015
EL VERDADERO GENERAL ORAA
El verdadero
general Oraa, don Marcelino Oraa, era de Beriáin, Navarra, y empezó como guerrillero
contra Napoleón con el conocido jefe Espoz y Mina. Como era navarrico y conocía
bien los lugares por donde andaba Zumalacárregui, fue su más encarnizado
enemigo. En la conquista de Morella,
Oraa sitió a la ciudad castellonense que defendía el “Tigre de Morella”,
sobrenombre dado al general Cabrera que había enarbolado en su castillo una
bandera negra con una calavera de paño blanco. ¡Y bien que resistió el tigre!,
pues el 18 de agosto, Oraa se retiraba a Alcañiz y Cabrera cobraba fama por este
hecho de armas en Europa entera. Al pobre General Oraa de mis recuerdos
infantiles le costó el puesto y fue sustituido por el mariscal de campo Antonio
Van Halen, antepasado del poeta y político del PP, Juan Van Halen. Le veo en un
dibujo con un cierto parecido con mi
amigo Patxi Bergera, navarrico también, quizás por sus cabellos blancos que le
dieron sus dos apodos: el cariñoso de “el Abuelo”, que le pusieron sus tropas, y el más fiero de
“el Lobo Cano” que le pusieron los carlistas. Será por lo que conté en otra entrada
y los recuerdos infantiles que tiene para mí su calle, con la tienda de
Palacios y la tapicería cuyo dueño quiso ser torero, pero el general Oraa me
sigue resultando un tipo simpático.
ANTONIO ROS DE OLANO
El otro día, en estos
días prenavideños con temperatura primaveral, un muchacho alocado, un
zangolotino que diría don José Lasso de la Vega , se iba cagando en Ros por los pasillos del
Instituto. Me llamó la atención, no por
la expresión escatológica, sino porque
el objeto de sus deyecciones fuera Ros y porque, probablemente, el deponente
rapaz no supiera quién era este caballero objeto de sus deposiciones. He oído a
mucha gente defecarse en nombres curiosos tales como París (¿por qué hay que
ciscarse en la capital de Francia?), en Weiler, aquel capitán general de Cuba
que les negaba a sus hijos un pijama porque, habiéndoles preguntado que para
qué servía y habiéndoles contestado los hijos que para dormir, es fama que les
contestó, negándoles ipso facto el pijama: “Para dormir, lo que se necesita es
sueño”. Y se quedaron sin pijama. Pues bien, lo de cagarse en Ros hacía tiempo
que no lo oía y sí había oído hace poco, en Laguna de Duero, lo de cagarse en
Laos, que es una forma abreviada de blasfemar como ocurre con la expresión de
Ros, que es un sucedáneo de la blasfemia por la que algunos, como decía la gran
Gloria Fuertes, se acuerdan alguna vez de Dios. Porque, don Antonio Ros de Olano,
que fue escritor y militar y que, por tanto, desmiente una vez más aquella
payasada de que la lanza embota la pluma, no creo que haya hecho méritos para qe
ningún zangolotino se defeque en él. Don Antonio fue amigo de Espronceda e
inventó el gorro militar que lleva su nombre. Y con esto basta para limpiar el
honor de Ros de Olano que con tanto estiércol puro y vivo a fe que lo necesita.
viernes, 11 de diciembre de 2015
ERSKINE CALDWELL
No conocía a este escritor sureño, Erskine Caldwell, que
narra el sur profundo con tanto detalle, con esos personajes que son capaces de
quemar su casa con un mendigo dentro para tener una excusa y poderse marchar a
otra casa sin estrenar que tienen en el pueblo o que no les importa que un
hombre muera comido por los cerdos, pero sí que un negro les hable sin quitarse
el sombrero o, finalmente y para no cansar, que son cuatreros casi de
nacimiento y por devoción.
Faulkner es Faulkner, pero Caldwell es Caldwell y sus pueblos
del sur parecen habitados por gentes cuya sangre tiene una densidad mayor que la
del resto de los mortales; en que las tierras son un personaje más; en que los
animales acordan su respiración con el latido de los bosques en donde se
esconden los negros cimarrones.
Un gran escritor del que espero leer
ese que los argentinos tradujeron como “La
chacrita de Dios” y que por estos pagos se conoce como La parcela de Dios.
ENRIQUE MENÉNDEZ PELAYO
Ya he
hablado de Enrique Menéndez Pelayo, el otro Menéndez Pelayo, cuando he tratado
de su poesía y de su novelita La gaviota.
Era un buen escritor que tuvo la desgracia de tener a un hermano que era más
que un hombre: una enciclopedia viviente.
En estas memoria suyas que él con mucho humor titula Memoria de un hombre al que nunca pasó nada, don Enrique nos va
haciendo un tapiz en el que se ve toda la vida santanderina y también sus años de
estudiante vallisoletano y madrileño. La relación entre ambos hermanos era
excelente y Enrique, modesto y humilde, se dedicó a la medicina con eficiencia,
pero sin una clara vocación, y a ayudar a su ilustre hermano. De todas estas
memorias, me quedo con las anécdotas de cómo don Marcelino casi le pilla a Enrique
en el teatro de la Zarzuela, un día que su hermano pequeño se escapó desde
Valladolid para ir a los madriles, con
la de su afición por Zorrilla, al que considera sin dudar el mejor poeta de
España y, finalmente, con que a don Marcelino le gustaba echar un bailecito y
que hasta tuvo una novia. Así que la historia esa del tranvía en que don
Marcelino, al ver una familia numerosa, dijo: ¡madre mía, de la que me he
librado! no parece muy cierta. Su hermano incluso nos dice que fue una pena para
Marcelino que no se casara pues el no haber tenido mujer hizo que se abandonara
muy joven. Una buena persona Enrique que sí se caso, pero cuya mujer murió a
los tres meses dejándolo sumido en la pena hasta que se volvió a casar con su
cuñada, algo que antes era relativamente habitual.
Así
que don Marcelino en el baile... ¡Mira tú que va a ser verdad aquello de que no
somos nada!
EVARISTO SILIÓ Y RODRÍGUEZ
Hay
autores, poetas en concreto, que te emocionan y que, si estamos en otoño como
estamos ahora, hacen que recojas algunas hojas muertas, al estilo de Jacques
Prevert, y las guardes como un tesoro entre sus páginas y ahí se quedan entre
las hojas llenas de poemas y un buen día, quizás muchos años después, las
descubrimos con una sensación entre alegre y nostálgica. Un autor que ha
merecido este privilegio es Evaristo Silió y Gutiérrez al que conocí leyendo
esa novelita de Enrique Menéndez Pelayo, La
Gaviota, que tanto me gustó y de la que ya he hablado en este blog. Silió
es un poeta con un acento leopardiano, pero que lo resuelve siempre con un
sentido cristiano. Su Fiesta en la Aldea es un gran poema, de esos poemas que
antes los niños se aprendían de memoria, par
coeur dicen con acierto los franceses, y los recordaban toda su vida. Me
emociona este poeta cántabro que nació en Santa Cruz de Iguña, hermoso valle, y
que, impregnándose de esa belleza, se dedicó a una poesía de “los del Norte” que
dijo don Alberto Lista. El prólogo, ¡cómo no! de don Marcelino Menéndez Pelayo
no tiene desperdicio. Y es que don Marcelino era mucho don Marcelino como ya
veremos en otra entrada.
. Os dejo un fragmento de un poema suyo y seguro que me lo
vais a agradecer.
¡Si miro la noche oscura
Del porvenir, sólo miro
La sombra de la amargura,
La dicha que anhelo, no!»—
Aquí del alma doliente
Lanzó un amargo suspiro,
Y una lágrima ferviente
De su pupila brotó!
—¡Fatal mudanza de vida!
Clamó á este punto, afligida
Una anciana servidora
Que la oía suspirar;
No busques en Galilea
La paz que tu alma desea.
Vuelve á Bethania, Señora,
Vuelve á tu tranquilo hogar!
Allí sin desvelo tanto,
Y libre, gracias al cielo.
De este profundo quebranto.
Siempre tranquila te yí;
Reprime el funesto anhelo
Que de tu lares te aparta.
Mira que Lázaro y Marta
Viven felices allí!»
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