Hay
autores, poetas en concreto, que te emocionan y que, si estamos en otoño como
estamos ahora, hacen que recojas algunas hojas muertas, al estilo de Jacques
Prevert, y las guardes como un tesoro entre sus páginas y ahí se quedan entre
las hojas llenas de poemas y un buen día, quizás muchos años después, las
descubrimos con una sensación entre alegre y nostálgica. Un autor que ha
merecido este privilegio es Evaristo Silió y Gutiérrez al que conocí leyendo
esa novelita de Enrique Menéndez Pelayo, La
Gaviota, que tanto me gustó y de la que ya he hablado en este blog. Silió
es un poeta con un acento leopardiano, pero que lo resuelve siempre con un
sentido cristiano. Su Fiesta en la Aldea es un gran poema, de esos poemas que
antes los niños se aprendían de memoria, par
coeur dicen con acierto los franceses, y los recordaban toda su vida. Me
emociona este poeta cántabro que nació en Santa Cruz de Iguña, hermoso valle, y
que, impregnándose de esa belleza, se dedicó a una poesía de “los del Norte” que
dijo don Alberto Lista. El prólogo, ¡cómo no! de don Marcelino Menéndez Pelayo
no tiene desperdicio. Y es que don Marcelino era mucho don Marcelino como ya
veremos en otra entrada.
. Os dejo un fragmento de un poema suyo y seguro que me lo
vais a agradecer.
¡Si miro la noche oscura
Del porvenir, sólo miro
La sombra de la amargura,
La dicha que anhelo, no!»—
Aquí del alma doliente
Lanzó un amargo suspiro,
Y una lágrima ferviente
De su pupila brotó!
—¡Fatal mudanza de vida!
Clamó á este punto, afligida
Una anciana servidora
Que la oía suspirar;
No busques en Galilea
La paz que tu alma desea.
Vuelve á Bethania, Señora,
Vuelve á tu tranquilo hogar!
Allí sin desvelo tanto,
Y libre, gracias al cielo.
De este profundo quebranto.
Siempre tranquila te yí;
Reprime el funesto anhelo
Que de tu lares te aparta.
Mira que Lázaro y Marta
Viven felices allí!»
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