viernes, 11 de diciembre de 2015

ENRIQUE MENÉNDEZ PELAYO


Ya he hablado de Enrique Menéndez Pelayo, el otro Menéndez Pelayo, cuando he tratado de su poesía y de su novelita La gaviota. Era un buen escritor que tuvo la desgracia de tener a un hermano que era más que  un hombre: una enciclopedia viviente. En estas memoria suyas que él con mucho humor titula Memoria de un hombre al que nunca pasó nada, don Enrique nos va haciendo un tapiz en el que se ve toda la vida santanderina y también sus años de estudiante vallisoletano y madrileño. La relación entre ambos hermanos era excelente y Enrique, modesto y humilde, se dedicó a la medicina con eficiencia, pero sin una clara vocación, y a ayudar a su ilustre hermano. De todas estas memorias, me quedo con las anécdotas de cómo don Marcelino casi le pilla a Enrique en el teatro de la Zarzuela, un día que su hermano pequeño se escapó desde Valladolid para ir a los madriles,  con la de su afición por Zorrilla, al que considera sin dudar el mejor poeta de España y, finalmente, con que a don Marcelino le gustaba echar un bailecito y que hasta tuvo una novia. Así que la historia esa del tranvía en que don Marcelino, al ver una familia numerosa, dijo: ¡madre mía, de la que me he librado! no parece muy cierta. Su hermano incluso nos dice que fue una pena para Marcelino que no se casara pues el no haber tenido mujer hizo que se abandonara muy joven. Una buena persona Enrique que sí se caso, pero cuya mujer murió a los tres meses dejándolo sumido en la pena hasta que se volvió a casar con su cuñada, algo que antes era relativamente habitual.

Así que don Marcelino en el baile... ¡Mira tú que va a ser verdad aquello de que no somos nada!

 

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