A veces,
los intelectuales (con perdón) somos un poco soberbios y, cegados por ese
pecado capital, no queremos leer los libros que han sido un éxito desde hace
casi dos siglos por más que su autor se llame Víctor Hugo. Los Miserables
llevaban veinte años llamando a mi puerta y no los había querido leer, los
había despreciado por estúpida soberbia. ¡Qué gran error, mon Dieu! Desde la
primera página hasta la última, una corriente de la mejor literatura recorre
las páginas de la novela y los personajes se nos van quedando guardados en el corazón,
viviendo, gozando, sufriendo con ellos. Ya tengo una novela más entre las mejores
que he leído en mi vida, entre las que me han hecho mejor persona, entre las
que no podré olvidar nunca. ¡Gracias, don Víctor!
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