Manuel
Llano ya ocupó una entrada de blog en algún mes pasado y vuelve con todo
derecho pues en febrero – en el que dicen que ya busca la sombra el perro – me
he leído El sol de los muertos, una
bonita novela de amor y de indiano que está ambientada en Cantabria (cómo no).
La trama es sencilla con el mayorazgo indinu y el ovejeru bueno junto a la rapazuca
buena a la que engaña el señorito. Llano lo cuenta bien y cuenta entre medias
historias de Anjanas y leyendas populares y a cada personaje le pone con su
decoro, es decir, a los del pueblo les pone hablando en cantabru y los ricos en
castellano. En ocasiones, tal y como dice Miguel Artigas en el prólogo de Brañaflor, obra del primer tomo de sus
obras completas en la versión de Alianza, edición que estamos manejando, el folklorista puede al poeta y ése es, a mi
manera de ver, el gran error de Llano, que sacrifica sus buenas dotes de
escritor a su gusto por la recopilación folklorista y su uso del dialecto de la
montaña occidental. Se es buen escritor
en la lengua que se escriba y con referencia a esto recuerdo siempre a aquel
chico que, en unas oposiciones en Orense, tradujo y expuso en gallego pensando
que iba a llegar al corazón del tribunal. Pero el tribunal valoró los conocimientos
del opositor no el manejo de la lengua gallega, sino en el manejo del latín. El
que tenga oídos para oír que oiga.
martes, 23 de febrero de 2016
LA BOFETADA
En un
café de la Barcelona de los años treinta, está un general de caballería
acompañado por algunos amigos. De repente, entran en el local dos hermanos y
sus acompañantes. Los dos hermanos, que son jóvenes e hijos del que había sido
Capitán General de Cataluña y dictador con el beneplácito del rey Alfonso XIII,
se dirigen hacia la mesa en la que está sentado el sexagenario general. Uno de
los hermanos, moreno y peinado con el pelo hacia atrás, sin mediar palabra,
sacude un tremendo puñetazo al mando militar que, a efectos de la agresión, cae
al suelo invocando su condición sexagenaria. Los dos grupos de enzarzan en una
pelea mientras algunos levantan al militar caído. El joven agresor, que es
alférez de caballería, perderá su grado por este ataque motivado por las
palabras injuriosas que el general agredido había vertido contra su padre. El
militar al que, algo aturdido por el puñetazo sientan en una silla, había sido
amigo del padre del oficial, pero, una vez destituido de su dictadura,
aprovechó para hacer leña del árbol caído y había arremetido contra él. Los
hermanos, dolidos por los insultos a su padre, habían ido hasta el café en
donde paraba el militar para tomarse venganza. Años más tarde, aquel general
agredido intentaría evitar el fusilamiento del alférez, pero nunca comulgó con
el partido que fundaría el joven oficial de caballería. Ambos, el alférez y el
general, están en la historia de España: son el general Queipo de Llano y José
Antonio Primo de Rivera.
domingo, 21 de febrero de 2016
EL NOVENTA Y TRES
Siguiendo
con las obras de Víctor Hugo, me he metido al coleto El noventa y tres, título que hace referencia al año del terror
dentro de la Revolución Francesa. Nos presenta Hugo a dos personajes
enfrentados en dos bandos, el marqués de Lantenac, héroe bretón, y su sobrino,
Gauvain, del bando republicano. Junto a Gauvain, está el sacerdote Cimourdain,
republicano irredento. La novela comienza en un barco en donde, de incógnito,
viaja el marqués y en donde hace justicia de manera peculiar, premiando y
ejecutando al artillero culpable de que un cañón se soltara y aterrorizara a
los marineros entre los que se cobró algunas víctimas. (Este episodio es uno de
los pasajes más espectaculares que he leído nunca después de llevar unos
cuantos años leyendo). Luego asistimos a una “taberna fantástica” parisina en
la que los líderes de la Revolución hablan. Y luego, asistimos a la toma de una
torre en la Vendée, en donde , una vez más, los malos pueden ser buenos y
viceversa, porque en el corazón del hombre siempre queda un reducto para la
piedad con sus semejantes. Y luego… Mejor os leéis la novela y la disfrutáis
porque cualquier cosa que diga sobre ella no puede hacer sino empequeñecer
semejante obra de arte que no es sino un placer para la lectura.
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