Manuel
Llano ya ocupó una entrada de blog en algún mes pasado y vuelve con todo
derecho pues en febrero – en el que dicen que ya busca la sombra el perro – me
he leído El sol de los muertos, una
bonita novela de amor y de indiano que está ambientada en Cantabria (cómo no).
La trama es sencilla con el mayorazgo indinu y el ovejeru bueno junto a la rapazuca
buena a la que engaña el señorito. Llano lo cuenta bien y cuenta entre medias
historias de Anjanas y leyendas populares y a cada personaje le pone con su
decoro, es decir, a los del pueblo les pone hablando en cantabru y los ricos en
castellano. En ocasiones, tal y como dice Miguel Artigas en el prólogo de Brañaflor, obra del primer tomo de sus
obras completas en la versión de Alianza, edición que estamos manejando, el folklorista puede al poeta y ése es, a mi
manera de ver, el gran error de Llano, que sacrifica sus buenas dotes de
escritor a su gusto por la recopilación folklorista y su uso del dialecto de la
montaña occidental. Se es buen escritor
en la lengua que se escriba y con referencia a esto recuerdo siempre a aquel
chico que, en unas oposiciones en Orense, tradujo y expuso en gallego pensando
que iba a llegar al corazón del tribunal. Pero el tribunal valoró los conocimientos
del opositor no el manejo de la lengua gallega, sino en el manejo del latín. El
que tenga oídos para oír que oiga.
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