He tardado muchos años en leer a
Sor Juana Inés de la Cruz y, la verdad, ahora que la he leído, siento no
haberlo hecho antes. Escribía muy bien esta monja a la que tenía a la espera de
mi atención. Amor humano y amor divino se mezclan en sus poemas como era costumbre
en el barroco con los tonos divinos y los tonos humanos sin que unos les
impidieran a los otros ni los estorbaran. No descubro nada si os digo que
estamos ante una poesía de altísima calidad. Y es que ya con llamarse como
nombre de religión, de la Cruz es un grado en poesía. Leed este poema y me lo
contáis.
A una Rosa
Rosa divina, que en gentil cultura
Eres con tu fragante sutileza
Magisterio purpúreo en la belleza,
Enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
Ejemplo de la vana gentileza,
En cuyo ser unió naturaleza
La cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida.
De tu caduco ser das mustias señas!
Con que con docta muerte y necia vida,
Viviendo engañas y muriendo enseñas.
Rosa divina, que en gentil cultura
Eres con tu fragante sutileza
Magisterio purpúreo en la belleza,
Enseñanza nevada a la hermosura.
Amago de la humana arquitectura,
Ejemplo de la vana gentileza,
En cuyo ser unió naturaleza
La cuna alegre y triste sepultura.
¡Cuán altiva en tu pompa, presumida
soberbia, el riesgo de morir desdeñas,
y luego desmayada y encogida.
De tu caduco ser das mustias señas!
Con que con docta muerte y necia vida,
Viviendo engañas y muriendo enseñas.
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