Pepe el de la Matrona cantaba
como si una esfinge de piedra se arrancara por seguiriyas o por soleares. Tenía
un cante pétreo, que le salía de las tripas o del alma, y que llegaba hasta el
corazón del aficionado. Había que oírle por tientos o por tangos, como había
que oírle por fandangos o por martinetes. Lo chico y lo grande tenían su morada
en la voz de este cantante payo – el flamenco no es patrimonio exclusivo de los
gitanos – cuya voz emocionó a Xenakis. Era sevillano y tenía un ángel para
cantar por tientos el “dónde vas con mantón de manila, dónde vas con vestido
chinés” de La Verbena de la Paloma. Era
un genio que nació en 1887 en el barrio de Triana y que había “estudiado” el
cante con Manuel Torre, con Tomás Pavón o con la Niña de los Peines. Nos vivió
hasta los noventa y dos años este hombre que en el siglo se llamaba José Núñez
Meléndez, pero al que veneramos como Pepe el de la Matrona.
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