Seguramente
pocos conocéis a Juan Ochoa y Betancourt, un avilesino nacido en 1864, paisano
del nuestro muy querido Palacio Valdés, y buen escritor in occulto. Yo, personalmente y por poner al burro delante, nada
sabía de este buen señor hasta que me dio por pedir a La Nueva España (con perdón)
de Oviedo unos libros azules, no muy bien editados por cierto y porque todo hay
que decirlo, en los que se recogen autores asturianos. Si bien dijo en su
momento Fernández Nieto que “era muy difícil ser poeta en Asturias” y nunca
supe por qué pues la muerte se lo llevó antes de que pudiera ir a su casa
palentina para preguntárselo, no es difícil ser novelista en Asturias (a las
pruebas me remito) y así Ochoa escribe una novela como una fantasía de Burgmüller
en la que cuenta unas vidas provincianas que, no por anodinas, esconden el sufrimiento haciendo que sus
personajes sean héroes de la vida cotidiana. Un alma de Dios, así se llama la
novela, trata de la historia de una casa en una ciudad del norte que se llama Nuvareda
y en esa casa están los Reboleño, comerciantes sin hijos, doña Sofía y su casa
de huéspedes, cuya hija Carmen tiene un desliz con un huésped ( y no del
sevillano, precisamente) del que nacerá Rosita, y los Cancienes, un matrimonio
mayor que han tenido un niño cuya madre es prima lejana de don Tomás, un prócer
provincial o decurión de gran importancia en esta historia. Don Justo Cancienes
es un buen hombre que se dedica en un cuarto que tiene en su buhardilla a
trabajar la madera y que construye un bonito palacio árabe . Pero esa felicidad,
tan en tono menor, tan poco grandilocuente, tan poco “heroica” se va a ver rota
por una infidelidad. Sin embargo, la justicia divina hace que con el tiempo,
los buenos acaben con los malos y los malos acaben mal como dice el Salmo que abre los ciento cincuenta
salmos de la Biblia. Son poco más de ciento veinte páginas que merece la pena
leerlas. Os lo recomiendo, pero no busquéis grandes cosas: estamos en una
fantasía de Burgmüller. Se me olvida deciros que la novela le gustó mucho a
Clarín que le recomendó que viajara a Madrid para tener vida literaria. Y allí
se nos marchó el asturiano en 1892, pero una tuberculosis le hace regresar a su
tierra asturiana y morir en Oviedo en 1899. No había cumplido ni treinta y
cinco años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario