Stefan
Zweig ha sido para mí un escritor de culto y lo ha sido hasta el punto de que
en mi destierro abulense, coloqué una foto suya en mi habitación y la poca
gente que me visitaba en aquella fría celda monacal pensaba que era mi padre. Y
en cierta manera, don Stefan lo era porque, desde que leí Una partida de ajedrez, me convertí en su hijo adoptivo literario.
En este relato breve, Una historia
crepuscular, Zweig nos cuenta una historia al caer la tarde y en ella nos
habla de un joven que se equivoca en el amor por un pequeño detalle. Todo
ambientado en un castillo escocés con fantasma y todo (como debe ser). No os
perdáis este pequeño libro en el tamaño, pero grande en su contenido de
literatura de primera calidad que los progres de siempre condenaban en España a
los quioscos porque era demasiado elegante su escritura para su estética de
garbanzo y eructo. Si por una cosa me cae mal el tipo aquél del bigote, además
de por ser un criminal, es porque hizo que Zweig se marchara de Austria y terminara
suicidándose en Brasil. Aquel hombre, que había sido libretista de Strauss en La mujer silenciosa ( una contradictio in terminis, pero no voy a
entrar en detalles) no aguantó la idea de que el dictador siguiera haciendo
barbaridades muy bárbaras en el mundo. ¡Qué pena, si se hubiera esperado un
poco, habría visto la caída del nazismo! A veces, hay que tener paciencia, mein
Vater!
Hoy tiene muchos fans. Y está muy bien editado por El Acantilado. Yo me leí Viaje al pasado y creo que volveré a "tu padre" un día de estos.
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