Leer, a estas alturas, Nuestra Señora de París de Victor Hugo es un acto de purificación sobre una historia
que ha sido llevada al musical, al cine y los dibujos animados de Walt Disney.
Enfrentarse al texto de Hugo, un Hugo joven por cierto, es toda una aventura
filológica y estética de la que no he salido tan gratificado como con la de Los Miserables o el Noventa
y Tres. Hugo escribe una novela que es, a mi parecer, un canto a París,
protagonista de la novela casi absoluto. Y en ese París del siglo XV en el que
pululan prostitutas y santos, gente pura como Esmeralda, gente buena como el
pobre Quasimodo, coloca Hugo esta historia de amor desgraciado. Una vez más, el
escritor francés, recurre a la transgresión y el que tendría que ser bueno, el
clérigo Claude Frollo, es un canalla y, sin embargo, el que tenía que ser malo,
el “monstruoso Quasimodo!” es capaz de morir por amor. Frente al amor carnal y
bestial del archidiácono, surge el amor puro, limpio y con esa capacidad de
sacrificio que le lleva a la muerte junto a su amada Esmeralda. Hugo narra muy
bien (esto no es noticia), pero la novela, en su conjunto, presenta acelerones
y frenazos en el ritmo que no le van ni bien ni mal pese a que algunos críticos
ha centrado en este detalle sus
varapalos. El capitán Phoebus me recuerda al Miles Gloriosus plautino y, la verdad, no merece el amor que le
tiene hasta el final la pobre Esmeralda pues no es más que un pobre fanfarrón
con querencias de don Juan; el ya
mencionado Claude Frollo me recuerda a don Fermín de Pas, ambos mirando desde
las alturas el caserío que los circunda y enamorados ambos de una mujer, de su
mujer, de la que se sentirán celosos si su verdadero marido- verdadero en el
caso del Regente, marido por el rito gitano en el caso de Esmeralda- no se
comportan como tales y consienten en ser adornados in frontibus.. No sería raro que Clarín leyera la obra del francés
que, ya para cuando él nació, 1852, tenía que estar traducida al castellano y
tampoco sería raro, como me apunta mi amigo Jesús Sanz, que la leyera en
francés pues el Zamorano de nacencia, pero ovetense de corazón y crianza había
cursado un Bachillerato en condiciones y no esto que ahora detenta tal nombre.
No os dejéis llevar por la soberbia intelectual y, cuando podáis, meteos en las
torres de la catedral con el buen monstruo que es el entrañable Quasimodo.
Estaréis en muy buena compañía.
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