lunes, 20 de febrero de 2017

EL HUERTO DESEADO DE TOMÁS RODRÍGUEZ REYES



Tengo para mí que el ser andaluz y haber nacido en los años ochenta del pasado siglo ya es una garantía de que vamos a leer a un buen poeta. Si en una anterior entrada os hablaba de Fernando Valverde, Granada (1980), hoy os hablo de Tomás Rodríguez Reyes, Sanlúcar de Barrameda, 1981, del que he leído su primer libro,- febrero de 2010- , que lleva por título El huerto deseado, con evocaciones al Cantar de los Cantares y a mi San Juan. Decía lo de los ochenta porque en esta década nacen también Jesús Montiel y Constantino Molina Monteagudo de los que ya he hablado en este humilde blog. Rodríguez Reyes es poeta y andaluz y con esto ya digo mucho para el que me sepa entender. Creo con toda sinceridad que este grupo de poetas andaluces de hoy está formado una coral con muy timbradas voces. En un futuro hablaré de algunos otros que hoy no menciono porque estoy metido en otros menesteres, pero lo prometido es deuda. (Salvo para un político).

En Lisboa. Sentado en un café
de la Rúa dos Douradores,
soporto la mirada
de Fernando Pessoa.
Acaba de salir de su oficina.
Arranca su zancada de centauro
con el negro macizo de su traje.
En sus páginas ciegas
la claridad
es de otro tiempo,
de un estado cercano a las bondades
de lo que quiso ser
entre los hombres que no fueron.
Como una orquesta oculta
sus pasos le conducen
al margen de su vida,
como una orquesta sorda y paramera.
Entre su vida un silbo se proclama:
era el son de los sueños
que lo habitaban
un son que predicó
a un hombre solo.


GÜNTER EICH


Me he terminado de leer la poesía completa de Günter Eich, un gran poeta alemán poco conocido en España, al que tuve la suerte de conocer leyendo a otro alemán, Anselm Grünn. La lectura de Eich es apasionante, pues, aunque rotulado como poeta social, le pasa un poco lo que a Celaya, que su poesía es mucho más que poesía social y abarca las tres heridas que el hombre sufre desde que andaba por esos mundos de Dios en manadas: el amor, la muerte y la vida. La edición de Eich, hecha con mimo por “La poesía, señor hidalgo” es muy buena con una traducción muy culta  que pone las notas oportunas para una buena comprensión del texto. Estamos de enhorabuena por tener en tan esmerada edición a tan buen poeta. No sé  qué estáis esperando para comprarlo. Como anticipo, os dejo con Inventario:


INVENTARIO

Esta es mi gorra,
éste mi capote
y aquí están, en su bolsa,
los chismes de afeitar.

Esta lata vacía
es mi plato y mi vaso;
en su chapa he grabado
mi nombre.

Lo he grabado con este
clavo, que vale más
que el oro y que oculto
de miradas rapaces.

Un par de calcetines
de lana y otras cosas
que me callo las guardo
en el fardel del pan;

le sirve así de almohada
de noche a mi cabeza.
Entre la tierra y yo.
sólo hay este cartón.

La mina es lo que más
aprecio: por el día
me escribe los poemas
que pienso por la noche.

Esta es mi libreta
y éste mi toldo de lona;
ésta es mi toalla
y éste mi hilo de coser.


EL GEN ROJO


Parece mentira que un hombre de tanta cultura, tan aficionado a la música de Wagner y que tanto significó en la enseñanza de la psiquiatría en España pues fue el primer catedrático de esta especialidad médica en España al ser nombrado en 1947, defendiera con absoluta convicción una teoría tan estúpida, pero que él argumentaba de manera absolutamente irrefutable ( para él, claro). Hablo del padre del doctor Vallejo – Nájera, ilustre psiquiatra mediático que falleció en 1990.  Y  ¿qué decía el padre de Vallejo-Nájera? Pues algo terrible: el que era “rojo” lo era porque tenía en su sangre un gen que le llevaba a serlo. Se era “rojo” por un defecto sanguíneo de ahí que el doctor Vallejo – Nájera pretendiera aislar ese gen y para ello llegara a separar a los hijos de las madres “rojas” que hasta en la leche les podían transmitir la rojez. Herr Doktor soñaba con un mundo de hombres y mujeres altos, guapos y rubios y consideraba que los rojos eran hasta “feos”. La ideología modela, según Herr Doktor,  y la fealdad del marxismo creaba hombres feos de alma y de mente. Escribo esto con gran dolor porque el doctor Vallejo - Nájera era un hombre capaz, que había estudiado en Alemania con profesores de la talla de Emil Kraepelin, Hans Walter Gruhle y Gustav Schwalbe de los que tradujo algún libro y escribió también el Tratado de Psiquiatría en 1944, libro de texto para muchas generaciones de psiquiatras; porque era un hombre capaz de ver la belleza de las partituras de Wagner y de escribir Locos egregios, cuyo título utilizó su hijo Juan Antonio para rendir homenaje a su padre con un libro parecido en el que pasaba revista a los locos egregios que en el mundo han sido; porque había nacido en Paredes de Nava, tierra natal de los Berruguete, y, para un servidor, ser palentino es ser buena persona. Sin embargo, es terrible que este palentino no aplicara su inteligencia para ver su error. El gen rojo, doctor Vallejo eran las malas condiciones de vida en las que vivían los trabajadores de la España de su tiempo;  el hambre en que estaba sumida gran parte de la población española; el analfabetismo fomentado por las clases poderosas que mantenía a los obreros en condiciones cuasi animales;  la condena a no poder salir de esa situación social en la que eran poco más que esclavos que, en ocasiones, vivían en condiciones muchos más penosas que los esclavos de Roma. En fin, mein Artz, que las cosas eran más sencillas y no hacía falta andar buscando genes locos como uno de sus pacientes compulsivos - obsesivos. A veces no hay peor ciego que el que no quiere ver. Y no le perdono esta tozudez, mein liebe Artz, ni aunque, como ya he dicho,  naciera  usted en Paredes de Nava, allí donde la Tierra de Campos va dejando paso a los rebollares que anuncian la presencia en el Horizonte de mis Fuentes Carrionas del alma.



MI BEATO DE LIÉBANA EN EL DÍA DE SU FIESTA


Hoy, 19 de febrero , es San Beato de Liébana, un santo del que se habla muy poco debido al gran desconocimiento de la Historia al que nos han abocado las distintas reformas educativas que en España han sido. Beato, un humilde fraile de Aniezo, en Liébana, se educó en ese refugio de la cultura que fueron los numerosos monasterios lebaniegos durante la invasión musulmana y en los que Beato recibió una educación tan esmerada que lo llevó hasta cartearse con Alcuino de York, mano derecha de Carlomagno. Pero es que lo que se desconoce en España de Beato es  su importancia también en la historia actual de nuestro país que, si me dejáis que os lo explique, es triple: en primer lugar, se opuso a las teorías adopcionistas de Elipando, jefe de la Iglesia Toledana o visigótica, con una teología clara sobre la filiación divina de Cristo. De haber seguido la Iglesia hispana las teorías de Elipando, mucho más acomodaticias al poder musulmán y con la persona de Mahoma, (Cristo sería un hombre que fue adoptado por Dios, pero no el hijo de Dios), el devenir del cristianismo en España hubiera muy diferente y también su historia. En segundo lugar, defendió la idea de que Santiago Apóstol visitó España y que en Zaragoza tuvo la visita de la Virgen. Por tanto, configura la idea de que Santiago debería de ser el patrón de España que reafirma la idea de una España cristiana que lucha contra el Islam y la corte acomodaticia de Toledo;  tercero, Beato, confesor de la reina Adosinda, es un hombre de la corte asturiana lo que es decir de la primera corte de una nueva España (perdón por copiarles el nombre a los de la Nueva España de Oviedo) que se enfrentaba a la España “consentidora” con el Islam y que tenía su capital en Toledo tal y como ya hemos dicho unas líneas más arriba. Beato fue un hombre muy importante en su tiempo y su influencia sigue hoy en día dando forma a la Historia de España. Hoy es su día y todos los españoles deberíamos festejarlo y los lebaniegos aún mucho más. Un cocido lebaniego podría ser una idea porque leer en latín sus comentarios al Apocalipsis de San Juan creo que, tal y como está el latín en estos tiempos, sería, para muchos, de peor y más dificultosa digestión.




domingo, 19 de febrero de 2017

FERNANDO VALVERDE Y SUS POEMAS MARAVILLOSOS




Entré el otro día en la librería de Miguel y, tal y como hacía en mi infancia en la tienda de Juan Delgado, me fui a mi rincón. Si, en la de Juan Delgado, mi rincón era el rincón de los juguetes, en la de Miguel es el de la poesía. Y estando en el rincón, vino a mis manos un libro de un poeta al que no conocía de nada: Fernando Valverde, granadino del ochenta, profesor en Estados Unidos y poseedor de un título impresionante: poeta más relevante en lengua española nacido después de 1970. Y este título le había sido concedido por más de doscientos críticos de más de cien Universidades norteamericanas, inglesas e italianas. ¡Qué bárbaro! – me dije. Y, a renglón seguido, me fui con el libro al mostrador de Miguel, se lo pagué y me lo llevé a mi casa. Os digo que lo abrí con una grane espectación: ¿cómo sería ese poeta al que más de doscientos críticos lo juzgaban como el que más relevancia tenía desde 1970. Y, siendo sincerísimo con vosotros, os diré que, desde la primera página me hizo sangre al primer toque:

 

El invierno parece ser septiembre, disfrazado de lluvia,

enemigo del mar.

 

También me hirió al segundo:

 

Las ciudades son como los espejos,

retratan tus defectos y manías.

 

Y este tercero del que os dejo un fragmento:

 

Celia

A Celia, nacida hoy

 

No conoces la lluvia ni los árboles,

pero ya eres un bosque.

 

Hoy que comienza el mundo para ti,

que se pueblan tus ojos con el mar,

que todos te reciben como en una estación

donde se espera siempre,

que es principio y asombro,

mapas que no aseguran un lugar donde ir.

 

Hoy que el mundo comienza,

tristeza inadvertida,

eres el tiempo limpio,

el olor a madera y el silencio,

las preguntas sin sombras

y el amor sin orgullo

del que ha perdido todo.

 

Es esa mi certeza,

las olas, el océano,

tu risa que es un pájaro.

 

Has traído el murmullo de un recuerdo,

los pies pequeños, como pequeño

es el rastro de nieve que has dejado

en las horas de enero.

 

 

 

La verdad,  que estoy touché por la poesía de Fernando Valverde.

 

 

MEMORIAS DE UN TIEMPO VIEJO




Me llevaba esperando casi tres años don José Zorrilla para que le leyera sus Memorias de un tiempo viejo, pero otras lecturas que se iban metiendo de por medio, con poco respeto por el poeta vallisoletano, la iban retrasando es hasta que, al llegar febrero, mes en que el poeta de la calle de la Ceniza nació en Pucela, me la propuse como una de las lecturas del mes. Y no sólo no me ha defraudado, sino que ha sido una fantástica lectura. Su vida bohemia en Madrid, su paso a México y una parte final en la que Zorrilla narra de manera maravillosa una serie de cuentos escritos con una prosa de las mejores del siglo XIX. Sin embargo, no quiero hablaros en detalle de las partes del libro ni de su contenido, sino de algo que me ha llamado poderosamente la atención: la figura del padre. En las Memorias, Zorrilla cuenta como el padre, juez rígido y severo y más tarde superintendente de Policía con Fernando VII, le puso a estudiar Derecho en Valladolid, pero José era más dado a la bohemia y no aprovechaba los estudios. Su padre, harto de la fama de golferas que le iba cogiendo el hijo, le dijo, más o menos que, para estar haciendo el vago, mejor estaba en Torquemada cavando la tierra. Y lo envió para el pueblo palentino sin imaginar que su José se iba a escapar de la diligencia y, a lomos de una mula, iba a huir camino de Madrid. Pues bien, este hecho marcó la vida de Zorrilla que tal y como él mismo dice, toda su obra no fue sino un intento de conseguir el perdón del padre; una demostración de que podía alcanzar la fama y ofrecérsela en reparación por su desobediencia. Es más, cuando el padre muere, Zorrilla, que no recibió por herencia más que deudas, se marchó para México” con la idea de morir. En tierras aztecas, casi no escribió poesía y, cuando regresó a España, fue cuando, acuciado por las deudas, escribe estas Memorias del tiempo viejo que le fue pagando el Imparcial por entregas ya que el poeta estaba - ¡cómo no! - en una situación muy apurada pues no tenía ni siquiera una paguilla del Estado en tiempos en que la propiedad intelectual no había llegado. Pero es que Zorrilla, en los cuentos que el libro incluye, pondera la labor de su padre como Superintendente de Fernando VII y alaba su labor en la limpieza de las calles de Madrid de bandidos ya que no había día sin que no se ahorcara a varios en alguna plaza matritense. Sin duda, Zorrilla se debatía entre un temor y un amor por su padre y toda su vida no fue sino un intento de ganarse el amor de padre que, hombre frío y riguroso, le costaba dejar traslucir sus sentimientos por su único hijo. Un psicólogo diría que Zorrilla padeció un complejo de Electra (apenas habla de su madre y menos aún lo hace de su mujer), pero el padre, su gran ídolo, llena el libro. Yo creo que también estas memorias las escribió para seguir ese proceso de reconciliarse con el padre, su amor y su miedo, esa figura que, como el Comendador de su  Don Juan,  lo persiguió toda su vida. Zorrilla sentía por su padre un gran temor,  pero también un gran amor que el pobre poeta no sabía cómo hacer llegar a un padre que no le habían educado para la sensibilidad, sino para el rigor y la ocultación de los sentimientos, algo, por otra parte, muy habitual en la educación de los hombres hasta casi finales del siglo XX. Una buena lectura con la que, finalmente, me he encontrado en este febrero en el que ya canta el mirlo por las sotos de Boecillo.

IGNACIO DE LUZÁN


Desconozco por qué se ha cargado a los poetas del XVIII español con el sambenito de fríos. Quizás todo venga de que los profesores tenemos que usar estos tópicos para simplificar las cosas. Digo todo esto porque la lectura de Melendez Valdés me reportó alegría y un gran placer poético y la actual de Ignacio de Luzán, poeta zaragozano que hasta su editora tilda de frío, me ha dejado momentos de gran belleza. Cierto es que hacer un poema épico a la entrada de Fernando VI y su esposa, doña Bárbara de Braganza en Madrid nos puede resultar un tanto “servicial”, pero, en aquellos años del Antiguo Régimen, los poetas ponían su pluma al servicio de los reyes como ahora los poetas lo hacen poniendo sus plumas al servicio de Diputaciones y gobiernos autonómicos. No cantaremos a Felipe VI, pero no faltan poemas “laudatorios” a próceres y, sobre todo, no faltan los peloteos, los chanchullos, las subidas por la espalda a los mandatarios de esta sociedad que ya no sabemos si es antiguo, nuevo o post -nuevo Régimen. Pero me estoy marchando del tema de mala manera. Os dejo con un fragmento que me ha encantado de este buen porta zaragozano que se crio en Italia. Un placer el haberlo leído, señor de Luzán.


HERO Y LEANDRO (fragmento)

Musa, tú que conoces
los yerros, los delirios,
los bienes y los males
de los amantes finos,

dime quién fue Leandro,
qué dios o qué maligno
astro en las fieras ondas
cortó a su vida el hilo.

Leandro, a quien mil veces
los duros ejercicios
del estadio ciñeron
de rosas y de mirtos.

Ya en la robusta lucha,
ya con el fuerte disco,
ya corriendo o nadando
diestro, gallardo, invicto,

amaba a Hero divina,
bellísimo prodigio
sobre cuantas bellezas
Sesto admiró y Abido. (…)