Como ya
andan cercanas las Navidades, me va llegando el turno de hablaros de algún
dulce propio de estas fechas tan entrañables en las que tienes que cenar con
familiares que ves una vez al año (y hace daño) que se pasan la cena jugando
con el móvil a mil juegos varios. De nada vale que hayas puesto el Belén, el
árbol o a Papá Noël en pelota viva delante de la chimenea porque ellos vienen a
los suyo: a contarte sus grandezas, sus logros, sus viajes, sus coches y poco
más. Ya no se cantan villancicos en la noche de Nochebuena y los más jóvenes
salen disparados a la enésima fiesta que durará hasta bien entradas las
claritas del día. Mas, como si
reparáramos en todo eso, nos iríamos a
un convento a pasar las Navidades para estar en paz y sosiego, es mejor fingir
lo mucho que nos interesan y dedicarnos a los pequeños detalles. Sin ir más lejos,
podemos dedicarnos al alajú de Cuenca que es una especie de turrón
hecho con pan rallado y tostado cuyo sabor no es parecido a nada que podías
conocer. Servidor tan sólo ha estado una vez en Cuenca y de este viaje ya va
casi a hacer medio siglo, pero reconozco que Cuenca ha estado muy presente en
mi corazón por Lorca y sus Sonetos del amor oscuro (Viste la ciudad que gota a
gota), por la Semana de Música Antigua, por Perales, por por el alajú y por el
resolí que te vi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario