Luciano
de Samósata era un tipo con un gran sentido del humor que vivió allá por un
convulso siglo II después de Cristo. Era sirio de nación, romano de ciudadanía
y griego de lengua, en esa koiné en la que se escribieron los Santos
Evangelios, y escribió unos relatos
fantásticos que le hacen ser un Julio Verne con diecisiete siglos de
anticipación. En sus Diálogos de
cortesanas, retrata muy bien la vida de la burguesía en la sociedad
helenística; en los Diálogos de los
dioses, Luciano habla con los dioses de tú a tú, dejando claro que el
hombre de aquellos tiempos ya no creía en ellos y, por no alargarme, en sus Diálogos de ultratumba, se convierte en
un cronista del Hades. Por otro lado, sus textos van sentando las bases, junto con
los grandes novelistas griegos de este siglo y posteriores, de lo que será la
novela moderna que no nace con Cervantes, sino que tiene su origen en estos
autores griegos. El mismo Cervantes, en
su Persiles y Sigismunda, bebe de la novela llamada en ocasiones bizantina.
Recuerdo que el gran García Gual fue el que primero lanzó esta idea en España
en su maravilloso libro sobre el origen de la novela. Pero dejando de lado
todas estas quaestiones philologicae,
lo importante es que la lectura de Luciano nos reporta un rato divertido, lleno
de buen humor y de joie de vivre.
Merece la pena su lectura y, cuando lo hagáis, me los vais a agradecer. Seguro.
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