LOS TEXTOS Y SU
HISTORIA (I)
Voy
a intentar, en la medida en que pueda, contaros cómo han llegado los textos
clásicos que hoy leemos hasta nuestras manos. Para Agustín García Calvo, la
fijación del texto era la tarea fundamental de un filólogo pues comprendía el
buen conocimiento de la lengua, de los realia,
de la morfología, de la sintaxis o de la fonética. Para Agustín, sólo el
filólogo que hubiera editado un texto podía ser tomado como tal. Visto, pues, que no estoy entre el grupo
de elegidos por el ilustre profesor zamorano, paso a explicaros lo poco que sé
al respecto aunque poco podáis esperar de mí.
Al principio, la literatura fue oral,
pasaba de padres a hijos y de cantor a cantor. Sabemos que en Minos ya existió
un alfabeto usado para el Lineal -B y que en ese silabario se escribieron
asuntos tan prosaicos (pero necesarios) como inventarios de cocina, pero la
escritura se perdió y no se recuperó hasta el siglo VIII a. C. cuando los griegos empezaron a usar un alfabeto
de origen fenicio. Fue entonces cuando empezaron a fijar sus textos mediante la
escritura. Morocho Gayo nos dice que, en este proceso de transvase, tanto desde
la oralidad, como desde otros alfabetos, ya se perdieron muchas obras. Es lo
que se conoce como metagrammatismós.
Pisístrato, el dictador ateniense que
favoreció la aparición de la tragedia, se ocupó de hacer una edición de Homero
“fiable”. Daos cuenta que, hasta ese momento, de la obra homérica corrían
versiones de los diferentes rapsodas y de los diferentes copistas que las llevaron
al papiro. El peligro de corrupción era muy grande como lo fue, sin ir más lejos,
el peligro que corrió el romancero castellano que de “Mira Nero de Tarpeya!” pasó
a “Marinero de Tarpeya”.
Los copistas copiaban por encargo el
libro que les encargaban y, como veremos más tarde en Roma, las copias
manuscritas se vendían en la librerías.
Pero antes de Roma, vayamos a Alejandría.
En tan hermosa ciudad mediterránea
existía una biblioteca que era la admiración del mundo. Para llevar aquel barco
mayor que el Titanic, se necesitaban grandes directores que fueran grandes
filólogos y éstos fueron aportando su
pequeño granito de arena a esta apasionante historia.
Durante este periodo que estamos
tratando, se estableció un canon con los autores favoritos para leer y copiar.
A Usener, el mismo que recogió las obras de Epicuro de Samos en sus Epicurea, le debemos el que
reconstruyera el canon.
Prolijo sería enumerar los autores,
pero, deciros tan sólo que, por desgracia, muchos de esos autores y obras se
nos han perdido. Tan sólo voy a hablaros de la “santísima trinidad” de
Alejandría.
Tres son los grandes filólogos y
directores de la Biblioteca de los que os quiero hablar:
1.
Zenódoto (330 a. C -260.C). Fue el
primero que empezó a hacer una colación de manuscritos para establecer un texto fiable.
2.
Aristófanes de Bizancio. (257 a. C.
-180 a-C.) Discípulo del anterior.
3.
Aristarco de Samotracia. (217ª. C. –
145 a. C)
Con
la filología alejandrina ya se empiezan a usar los procedimientos y técnicas
que usarán en épocas posteriores los viri
docti que de tan noble tarea se encarguen.
Como
en todo tiene que haber disputas y guerras, la hubo entre los discípulos de
Aristarco en Alejandría y los de Crates de Malos, bibliotecario y maestro de
filólogos en la lejana Pérgamo. El casus
belli fue que los alejandrinos fundaban su método en la analogía (el parecido)
mientras que los de Pérgamo lo basaban en la anomalía literaria y gramatical.
Ya en Roma conocemos de manera más
aproximada cómo trabajaban los autores. Antes de publicarlas, los autores mandan
unas notas a los amigos que, en muchas ocasiones, eran publicadas sin el
permiso del autor. Así pues la primera redacción de una obra se presentaba en
forma de notas o de ayuda para la memoria que pasaba a ser una exposición
sucinta o esquemática y, por último, se le daba la redacción definitiva que era
la ekdosis, la copia definitiva que
llegaba a manos de los libreros o bibliopoloi
que se encargaban de reproducirla por medio de esclavos copistas. Esto lo
sabemos, según Morocho Gayo, por autores como Cicerón o Galeno.
Como veremos en otro capítulo, cobrarán
una importancia especial aquellos autores que se estudiaban en la escuela. No
eran muchos, pero fueron los primeros “clásicos” si atendemos a la etimología
que nos remite a classis “clase”.
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