Grande ha sido la satisfacción que me ha proporcionado
la lectura de Álvaro Pombo en su obra poética. Ya me llevaba animando a la lectura
de sus obras mucho tiempo mi gran amigo Jesús Sanz, el sabio de los Pajarillos,
que ha leído muchas obras del santanderino. Me guardo para el verano alguna
novela de Pombo, pero, ya de entrada, deciros que su poesía es sorprendente y,
más sorprendente es aún, el que haya caído en una olvido extraño porque estamos
ante una poesía de grandísima calidad, ante unos poemas que tienen el aroma de
la poesía inglesa, de una poesía que bebe en Wallace Stevens o en Derek Walcott.
No sé por qué extrañas razones la figura de Álvaro Pombo como poeta apenas ha
tenido transcendencia en esta sociedad literaria de la caspa y del garbanzo (de
Fontiveros o de cualquier otro lugar) Para mí, que todo se debe a que Pombo es
un tanto dandy, un tanto british, con un poso de elegancia que le hace parecer
extranjero y por su firme defensa de sus muy respetables posturas frente a
muchos temas, entre ellos, el de los matrimonios homosexuales con los que no
transige aun siendo él declarado homosexual. Pombo quizás tenga la idea del
homosexual que recoge Lorca en su Oda a Walt Whitman y eso moleste a las “mafias
rosas”; o que no quiera callarse ante tanto indocumentado que quiere imponer
sus ideas de segunda mano. Y eso, en la España cateta de los poetas de las
libélulas, se paga muy caro.
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