Desde hace unos años, quizás porque mi hijo
pequeño se llama Alonso, siento un cariño especial por este santo humilde que
se ganó la santidad trabajando de portero en un colegio de los jesuitas en
Palma.
Nacido en Segovia, un día de Santiago apóstol de
1531, hijo de un comerciante en lanas,
Alonso tuvo en su vida un hecho capital, pero de esa tipo de hechos que cuya
importancia no se ve en un primer momento: en su casa, se alojaron Pedro Fabro,
uno de los cofundadores de los jesuitas, y otro padre jesuita. El futuro santo
tenía doce años, pero la presencia de los jesuitas dejó una huella indeleble en
su alma. Se marchó a estudiar al colegio
de Alcalá de Henares, pero no pudo completar sus estudios pues su padre
falleció y tuvo que regresar a Segovia para hacerse cargo del negocio de lanas.
Se casó entonces con María Suárez y tuvo tres hijos. Todo era felicidad en
aquella casa de Alonso y María, pero los planes de Dios eran otros: a los cinco
años de casados, María falleció y le dejó al marido los tres hijos de los que
dos morirían al cabo de poco tiempo. Alonso se marchó a vivir con dos hermanas
y con su el hijo que le quedaba y comenzó una vida de recogimiento y oración.
Al poco moriría también el tercero de sus hijos y cayó el futuro santo en una
terrible desesperación de la que se curó con la lectura del capítulo cuarto del
Libro de la Sabiduría en el que se dice que muchos jóvenes mueren para librarse
de peligros que les podrían arrebatar la santidad y la salvación. Alonso se
quedó solo y, ahondando en la vida de mortificación y penitencia que había
comenzado desde la muerte de su mujer y sus dos hijos, decide entrar en la
orden jesuítica que acababa de ser fundada. Sin embargo, su edad, 39 años, y su
falta de formación académica -pues recordemos que había tenido que dejar sus
estudios por la muerte de su padre-, hicieron que no fuera admitido. Marchó
entonces para el colegio de Cordelles, en Barcelona, pero su interés por
estudiar se vio frustrado por su mala salud y tuvo que dejar el colegio. Fue
admitido como hermano laico y lo destinaron como portero al colegio de
Montesión en Mallorca en donde desempeñaría el humilde oficio de portero
durante treinta y dos años en los que tuvo como norte y guía esta simple idea,
pero llena de espiritualidad: cada persona que llamaba a la puerta del convento
era el propio Jesucristo. De esta manera, su fama de santidad fue ganando día a día y
San Pedro Claver recibió sus consejos en los que le decía que su misión estaba
en América
Moriría el 31 de octubre de 1617 en ese colegio al que había llegado treinta
años antes.
Una vida simple, pero llena de dolor
fue la vida de este santo segoviano que se hizo mallorquín de corazón. Todo un
ejemplo de cómo ser santo santificando nuestro trabajo cotidiano por muy
humilde que éste sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario