Escribe
Andreu Navarra un libro urgente pero sereno pues una cosa no quita la otra y en
sus páginas se ve la experiencia de un docente que vive al pie del cañón, ese
cañón explosivo que son las aulas de secundaria. Me gusta su análisis y su
visión de la educación que nunca puede ser una esclava de la calle ni de la
sociedad y sí, una rebelde: las aulas no son la calle, ni la casa, ni la peña
de amigotes. Ya los griegos, con tanto acierto para tantas cosas, la llamarón scholé, palabra que hunde sus raíces en
la idea de separación: la escuela, las escuelas, tienen que ser un mundo aparte nunca un
reflejo de la sociedad porque no se puede mejorar esa sociedad si tomamos como
modelo un imagen especular de lo que no queremos ser. No podemos convertir la
escuela en una productora de mano de obra barata cuya finalidad única es la
explotación por parte de una sociedad en la que reina un capitalismo salvaje y
sin freno. La escuela tiene que formar seres humanos críticos que le pongan las
peras al cuarto a los que quieren siervos malpagados y explotados. Pero los que
la vivimos desde dentro conocemos su caos, su desgracia desde que la LOGSE, con
resentimiento político, instauró una educación que destrozó lo poco que quedaba
de aquellas de educación de la Segunda República y que el franquismo, curiosamente,
había ido conservando. A partir de 1990, llegó el imperio de absurdos como el
aprender a aprender, ese rulo estúpido
en el que algunos compañeros, mansos a la mano que les da de comer, siguen
metidos y siguen vendiendo como algo novedoso y revolucionario. Vino después el
desprestigio de la memoria; arribó la mentira del aprendizaje constructivo;
campeó la mentira de los estándares que ya la educación americana, una de las
peores del mundo, usó en los cincuenta del pasado siglo con los resultados que
se pueden observar en los EEUU: el que paga tiene buena educación y el que
tiene buena educación manda. Los pobres a trabajar de sol a sol como nuestros
abuelos. Hemos hecho una educación con los restos de las peores del mundo y así
están nuestras aulas. Y, si alguien lee este artículo y me dice que politizo el
asunto, le diré que para nada; que la educación y la política no se llevan bien
y que, antes del pacto escolar, hay que dejar la educación en manos de los
profesionales educación. ¿Dejaría alguien la medicina en manos de abogados o la
construcción de un puente en manos de un bioquímico? Pues eso. Y ya para acabar,
en nuestro vecino Portugal, de quien tanto tendríamos que aprender en política
y en otras muchas cosas, poco a poco, - la educación no soporta las prisa ni
las chapuzas improvisatorias-, se ha logrado mucho. ¡Nos toca ponernos a trabajar
y pronto! El futuro no espera.
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