viernes, 1 de noviembre de 2019

ANDREU NAVARRA Y LA DEVALUACIÓN CONTINUA


Escribe Andreu Navarra un libro urgente pero sereno pues una cosa no quita la otra y en sus páginas se ve la experiencia de un docente que vive al pie del cañón, ese cañón explosivo que son las aulas de secundaria. Me gusta su análisis y su visión de la educación que nunca puede ser una esclava de la calle ni de la sociedad y sí, una rebelde: las aulas no son la calle, ni la casa, ni la peña de amigotes. Ya los griegos, con tanto acierto para tantas cosas, la llamarón scholé, palabra que hunde sus raíces en la idea de separación: la escuela, las escuelas,  tienen que ser un mundo aparte nunca un reflejo de la sociedad porque no se puede mejorar esa sociedad si tomamos como modelo un imagen especular de lo que no queremos ser. No podemos convertir la escuela en una productora de mano de obra barata cuya finalidad única es la explotación por parte de una sociedad en la que reina un capitalismo salvaje y sin freno. La escuela tiene que formar seres humanos críticos que le pongan las peras al cuarto a los que quieren siervos malpagados y explotados. Pero los que la vivimos desde dentro conocemos su caos, su desgracia desde que la LOGSE, con resentimiento político, instauró una educación que destrozó lo poco que quedaba de aquellas de educación de la Segunda República y que el franquismo, curiosamente, había ido conservando. A partir de 1990, llegó el imperio de absurdos como el aprender a aprender,  ese rulo estúpido en el que algunos compañeros, mansos a la mano que les da de comer, siguen metidos y siguen vendiendo como algo novedoso y revolucionario. Vino después el desprestigio de la memoria; arribó la mentira del aprendizaje constructivo; campeó la mentira de los estándares que ya la educación americana, una de las peores del mundo, usó en los cincuenta del pasado siglo con los resultados que se pueden observar en los EEUU: el que paga tiene buena educación y el que tiene buena educación manda. Los pobres a trabajar de sol a sol como nuestros abuelos. Hemos hecho una educación con los restos de las peores del mundo y así están nuestras aulas. Y, si alguien lee este artículo y me dice que politizo el asunto, le diré que para nada; que la educación y la política no se llevan bien y que, antes del pacto escolar, hay que dejar la educación en manos de los profesionales educación. ¿Dejaría alguien la medicina en manos de abogados o la construcción de un puente en manos de un bioquímico? Pues eso. Y ya para acabar, en nuestro vecino Portugal, de quien tanto tendríamos que aprender en política y en otras muchas cosas, poco a poco, - la educación no soporta las prisa ni las chapuzas improvisatorias-, se ha logrado mucho. ¡Nos toca ponernos a trabajar y pronto! El futuro no espera.

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