Miguel
Mihura fue un escritor madrileño al que estudiábamos en el bachillerato por ser
el autor de Tres sombreros de copa,
una obra de teatro que no acabábamos de entender por aquellos años mozos porque
su humor, maravilloso y surrealista, nos superaba. También Mihura dirigió La Codorniz, ese semanario mítico de humor,
y escribió obras tan buenas como Melocotón
en almíbar, Ninette y un señor de Murcia o, por no extenderme en demasía, El caso de la mujer asesinadita. El
humor de Mihura es un humor fino, que bordea el surrealismo y que tiene un
punto infantil que me ha emocionado mucho siempre. En estos días de noviembre,
he leído Mis memorias que contienen
historias tan bonitas como la del torero oficinista, el casino de las barbas
blancas o el piano. Mihura hace uso de eso de la que el mundo está tan escaso:
la ternura. Merece la pena leer estas memorias de Mihura en las que encontramos
pasajes como éste en las que habla de las pescadillas:
“Su mundo era el comedor de una casa de
huéspedes y a lo único a lo que podían aspirar es a que se las comiese un
empleado de cincuenta duros al mes, de esos que se escarban los dientes con un
palillo.
En los hoteles de lujo de primera
categoría no las dejaban entrar y eso es lo que las hacía ser envidiosas y
tener los dientes pequeños, sucios y separados. ¡Cómo odiaban a la trucha! ¡Qué
asco más feroz!
Tampoco tiene desperdicio esa
descripción de las ovejas que “son como un pedazo de almohada con un perro
dentro” o cómo describe también la
necesidad de tener un piano en una casa:
“¡Y qué se puede esperar de una casa
que no tenga piano!¿Cómo es posible que sin piano una familia pueda ser feliz?
El piano, entonces, parecía una persona
de la familia. Era como un viejo pariente que no sale nunca de casa y cuenta
por las noches las historias más divertidas y más sentimentales. Por eso la
familia que no tenía el calor de un piano era una familia incompleta y desunida
a la que le falta el miembro principal.”
Enorme, don Miguel, enorme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario