Nadie oía
el crepitar de las hojas
en otoño.
Tal vez porque era todo silencio
vestido
de árbol, echando raíces
en el
bosque. Fue entonces
cuando
rugió el viento y pronunció su nombre:
-Alma.
Y de
repente, el vientre de los álamos
se vistió
de niña, y los arces huyeron,
y no
quedó nadie: así la palabra de grande.
He
tenido la fortuna de conocer a este poeta cordobés ( no voy a decir de nuevo aquello
de” qué tienen en Andalucía para alumbrar tantos y tan buenos poetas) en
Facebook y tuvo la gentileza de enviarme su libro “A bordo del mar” que es un
libro sentido, hondo, con una estética que está muy cerca de mi manera de
escribir y que me consuela porque me gusta esta poesía tan andaluza, tan “barroca”,
tan sentida. Hace años que, cuando leí al grupo cordobés de Cántico (Aumente,
Vicente Núñez o García Baena sin ir más lejos) me di cuenta de que en esa
manera de escribir me reconocía. No es raro pues que me vea retratado en esta
poesía que este poeta de Luque practica y que deja el aroma de la buena poesía
que últimamente no se huele mucho porque nos hemos empeñado los poetas en hacer
una poesía en la que el sentimiento queda fuera; es más, parece que el mundo
actual, tan deshumanizado, se nos ha colado de rondón entre nuestros versos. Os
he copiado ese maravilloso poema, pero también quiero copiaros, con el permiso
de José Antonio Fernández García, el poeta de Luque, este poema que leo y
releo. Va por vosotros.
EPÍLOGO
Si
alguna vez muero, no quiero hacerlo de espaldas.
Llevadme
a la montaña gritadle al viento mi
nombre
antes
de que anochezca, sin rabia ni dolor,
que
parezca que aún permanezco despierto.
Si
alguna vez muero, no arrojéis a los ecos mis restos;
que
vociferen cuanto les parezca por mucho que crezca la hierba.
Si
alguna vez muero, no le pongáis trabas a los valles.
Llevadme
hasta la desembocadura de un río
y
dejadme desentrañar libre allí la inmensidad de los mares.
Si
alguna vez muero, no permitáis que sea cadáver.
Desmantelar
uno a uno cada miembro de mi cuerpo
y
que liben libremente la abejas de mi piel
hasta
endulzar la rigidez de las piedras.
Si
alguna vez muero, no quiero hacerlo de veras.
Colocadme
en una mano el pétalo de un lirio
y
en la otra un libro en blanco de poemas.
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