Cuando
yo era pequeño había en televisión un programa que se llamaba Los ríos de cuya música aún me acuerdo y
de cuyo guionista os quiero hablar. El escritor de aquella serie fue Pedro de
Lorenzo, un extremeño del que no había leído nada hasta que, el año pasado,
empecé a mirar cosas suyas por Internet e Iberlibro y me leí Fantasía en la plazuela y este que paso
a comentar: Al oeste, Portugal. El
primero me gustó mucho porque yo también tuve de pequeño una plazuela con su
quiosco y sus negrillos, su fuente y sus bancos. Iba allí a comprarme los
cuentos y del ventanuco salía el olor a los chuches y las revistas. Era el
kiosko de Ceci. Del segundo, deciros que sólo con que aparezca el nombre de
Portugal hace que me acerque hasta el casi con devoción. Pedro de Lorenzo tiene
mucho de Azorín, de ese contar sobre el alma de su tierra extremeña, esa tierra
fronteriza y barroca cargada de soledad y de silencio. Pedro de
Lorenzo ama a su tierra y ama a Portugal del que dice, citando a Eugenio D’Ors,
que es la quintaesencia de España; de Lorenzo trata por extenso sobre dos
poetas paisanos, “mi Aldana” y Meléndez Valdés, ese gran desconocido que merecería
ser conocido y leído fuera de las aulas universitarias porque es un poeta
elegante que escribe anacreónticas y odas llenas de finura y sensibilidad. Ya
nadie habla de Pedro de Lorenzo, ya nadie recuerda Los ríos, esos dioses pardos y fuertes, pero yo quisiera, en esta
tarde de enero de brasero y café, deciros que era un gran escritor que amaba a
Portugal y que me ha descubierto a dos poetas portugueses fundamentales:
Francisco Botelho y José Régio. Tan sólo por eso habría merecido la pena
leerlo.
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