Era muy
esperado por mí este libro de Fernando García de la Cuesta y tengo que decir
que ha sido una de las alegrías de este verano que no tiene mucha alegría con
la pandemia. El comienzo es magnífico con ese punto de misterio, de novela
negra boecillana, cuando aparecen unos cadáveres a la puerta de la casa de don
Timoteo. Llevados por el famoso “quién será el asesino” nos vamos adentrando en
un libro que nos lleva a la época de la
Guerra de la Independencia y que tiene como protagonista al duque de Wellington
y, junto a él, a todo el pueblo de Boecillo. Mi amigo Fernando ha tenido el
acierto de contar un retazo de la historia de España con unos personajes que
son del pueblo y que son pueblo y en eso la novela adquiere la grandeza
galdosiana de los Episodios Nacionales en los que el gran novelista canario
cuenta un episodio de la historia de nuestro país valiéndose de personajes
populares. Pero es que el hallazgo de Fernando es mayor porque lo que ha hecho
ha sido llevar hasta aquellos años a las personas que habitan el Boecillo
actual con lo que ha conseguido una novela que, a mi humilde manera de ver, es, ante todo, un gran homenaje al pueblo de
Boecillo. Muchas veces hemos hablado Fernando y un servidor de esa idea suya de
dar nombre a calles con familias boecillanas y otras tantas me ha dicho
Fernando que su idea no acababa de “calar” en el Ayuntamiento. Sin entrar en
las razones por las que el Consistorio
boecillano no gusta de tan bonita idea, siempre me ha parecido una idea genial
que ahora, gracias al libro de Fernando, se ha llevado a cabo en una parte muy
extensa. No tendrán su calle, pero ahí están tío Isaac con sus galgos, Daniel el mecánico, Félix el “secretario
perpetuo de la Cofradía de la Virgen de la Salve” y tanto otros que van pasando
por el libro y van quedando retratados como en esa magnífica colección de
retratos que Fernando ha ido haciendo de los vecinos boecillanos con su libro
y, en otra actividad paralela, con su cámara de fotos. En el fondo, mi querido
Fernando lo que quiere hacer es parar el tiempo y por eso va sacando fotos de
ese Boecillo que pasa y que sólo va quedando en el recuerdo y va describiendo
en su obra literaria también a sus habitantes, los que son y los que han sido.
La identidad de Boecillo quedará y ha quedado en el trabajo silencioso y
sencillo de todos sus habitantes desde que el pueblo se fundó hace ya casi ocho
siglos. Pero hay algo más que no quisiera
olvidar: los personajes creados por Fernando “enamoran” al lector por la
humanidad que tienen y uno acaba sufriendo por ellos y con ellos. Eso demuestra
el buen hacer literario de García de la Cuesta. Como no podemos olvidar a un
Gabriel de Araceli, a un Salvador Monsalud o a un Fernando Calpena, personajes
afortunadísimos de los Episodios galdosianos, tampoco podemos olvidar a ese
matrimonio de exiliados en Francia o a ese soldado francés que se enamora de
una boecillana. Se merecía Boecillo un
libro como éste, obra de un gran mecenas
de la cultura boecillana que, por desgracia, no ha sido siempre ni bien acogido
ni bien escuchado, ni bien entendido. Es más, muchas de sus ideas han acabado
en el olvido por "falta de medios”, la gran excusa de los políticos que
nos ha tocado sufrir. Pero no voy a entrar por este camino. Enhorabuena,
Fernando, buen amigo. Con tu libro, Boecillo queda fotografiado para la
posteridad. Non omnes morientur, quia in
hoc libro manebunt, es decir, no todos morirán porque en este libro ya
están y estarán por los siglos de los siglos. Un abrazo y enhorabuena, Fernando.
Mi querido amigo Luis. ¡Qué aprecio me tienes! hasta para escribir un comentario tan hermoso como el que has insertado en tu blog, haciendo referencia a "El correo de Napoleón Bonaparte". "Es de bien nacidos, ser agradecidos". Gracias Luis.
ResponderEliminarLA CASONA. Por Fernando García de la Cuesta. (Primera parte)
ResponderEliminarDiría, que de 365 días que tiene el año, casi 365 pasamos mi amigo Daniel y yo por delante del Colegio de los Escoceses. He visto como desde 1970, que asistía a Misa en su capilla, los alumnos cantaban melodías tan alegres que elevaban el alma hasta espacios intangibles.
Sin embargo, aquellos años pasaron; los estudiantes se trasladaron a Salamanca en 1988 y La Casona quedaba sola. Era la primera vez que, después de 176 años, sir Arthur Wellesley, primer duque de Wellington, instalara en La Casona su Cuartel General de la Guerra de la Independencia en Boecillo, (Peninsular para los británicos) durante tres jornadas históricas: 30 de julio, 6 de septiembre y 29 de octubre.
Después, en 1988, los alumnos abandonaban aquellas paredes tan rememorativas que conocieron secretos hablados por Wellington, el Príncipe de Orange, el general Howard Douglas y otros, invitados por Alexander Cameron II, rector del Colegio. También, habían pasado 186 años desde el inicio de la construcción de tan egregio edificio, y hasta ahí todo...
Decía que todos los días, después de andar bastantes kilómetros por los vericuetos del “monte bajo encinar”, descubrir con Daniel nuevas rutas, indagación de los lugares en donde se fabricaron los ladrillos de La Casona de los Escoceses y de la “Casona del Monte” (construida aproximadamente en 1750), en la que probablemente, también, Wellington estuvo de caza o, para deliberar asuntos que no querría que alguien pudiera escucharlos en el Colegio de Escoceses. ¡Cuánta historia silenciada por la historia!
He podido constatar en primera persona el abandono total inmisericorde de La Casona, como pasaba de compradores irredentos que solo pensaban en lucrarse con el “único edificio histórico de protección estructural existente en Boecillo”, de fastuosas bodas celebradas en nuestra Casona para aprovecharse de la figura ilustre, de cómo pasaban de unos a otros, de otros a unos, sin pensar ni un ápice de lo que allí estaba, solo estaba... La Casona.
Pero al mismo tiempo que el tiempo transcurría, La Casona iba sufriendo el abandono de todos los que la amaron, "cual dulce mujer", sin que nadie pusiera algo de su parte para reivindicar lo que su pasado exigía. ¡Ay, Wellington, Wellington! Se nos llena la boca con una sola palabra, un solo nombre, un solo hombre... (sigue)
Boecillo, 30 de agosto, 2020
LA CASONA. Por Fernando García de la Cuesta. (Segunda parte)
ResponderEliminarEscribí una extensa carta a la Embajada Británica en Madrid, explicando el motivo de la misiva, pensando que concebirían no dejarla caer... hasta ahora... no hicieron ni caso.
Inundé todo Boecillo de carteles “Salvemos el Colegio de Escoceses”. Las gentes del pueblo me preguntaba que cómo podían ayudar, generándose un espíritu de socorro generalizado de: que nuestra Casona “se salve”. Por mi profesión de Aparejador, conozco que la restauración es algo complicado y difícil. ¡Qué pena! La Casona no es rentable restaurarla, políticamente hablando...
Hablé con el alcalde actual de Boecillo, manifestando que algo había que hacer; ¡pero rápido!. Me remitió por el conducto reglamentario “Información relativa al estado de conservación del Colegio de los Escoceses”... (Evasión arraigada en los regidores que no se quieren mojar) A los pocos días me llamó el propietario actual para explicarme el proceso con relación a la Casona, algo que yo conocía ampliamente. Al finalizar su amable aclaración, le hice saber que dejaba transcurrir el invierno (si la Casona no se caía antes...), pero una vez pasado, volvería a la carga. Y aquí estoy.
Últimamente, Daniel y yo nos hemos erigido en fieles guardianes de La Casona. No hay día que individuos no entren al edificio para no se sabe qué y nos enfrentamos a ellos. Suben por encima de los tejados, por el patio, por el interior, destrozan por destrozar, no preguntan la razón por la que La Casona hay que respetarla, “No piensan, no tienen tiempo a pensar”. Colocan escaleras por la fachada posterior para acceder por ventanas de la primera planta, practican agujeros en la puerta metálica del patio y escuchan cacofonías... para ver si perciben a Wellington maldecir su entrada mal intencionada.
Reconozco que el Covid 19 ha malogrado todo tipo de iniciativas (silenciadas) pero, desgraciadamente la Casona no entiende de pandemias y sus muros están enfermos, pero nadie nos va ayudar... La Casona se cae a pedazos por otra clase de virus: el virus de la inanición...
De todo lo que digan los políticos, pocas iniciativas salen... y esta es una de ellas. Como no seamos nosotros (vecinos) los que no queremos que la historia de La Casona pase como “la muerte del cisne” o nos ponemos manos a la obra o “el punto de no retorno” será inexorable.
Boecillo, 31 de agosto, 2020