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Llevo este verano con más gallardía gracias a las aventuras del inspector vigués
Leo Caldas, ese personaje creado por el escritor gallego Domingo Villar. Y la
cosa es que en Ollos de augua, tras ir al entierro en Bueu de Luis Reigosa, el
saxofonista de jazz asesinado en Toralla, se baja con Rafa Estévez, su ayudante,
a la playa de Lapamán a la que iba de pequeño y de la que recuerda las dornas
durmiendo en la arena. Querido Leo Caldas, ¿es posible que nunca nos viéramos en
Lapamán? ¿Te acuerdas de aquel pescador, nuestro Chanquete particular, que fue
Castor “Matalobos”, llamado así porque, en su juventud, cazó un lobo en los
montes de Pastoriza? ¿Te acuerdas del chiringuito de José Luis y Loli, en donde
se servía un vino que era la sangre de un gigante? Tienes que acordarte, Leo,
amigo, de mi playa, de nuestra playa. ¿No te acuerdas de José el portugués, y de
aquel señor madrileño que recogía conchas? Estoy seguro que te he tenido que ver
tomando unas xoubas en el bar de Lino, esa insula feminarum en la que pululaban
por aquella enorme cocina Capitana, Marisol, Mari Carmen, Isabel y Sonia. ¿Te
acuerdas do cheiro do café con unhas gotas de caña? ¿Te acuerdas de la tienda de
Fina en la curva de Ardán de la que ya hablé en este blog? Yo era un chaval
flacucho al que le daba miedo el mar y que miraba de reojo desde los maizales
para ver si las olas rompían con mucha o con poca fuerza en la playa. Que sí,
Leo, que nos hemos visto porque, además, debemos de tener la misma edad. Hasta
seguro que hemos echado un partidillo de fútbol o hemos ido a pescar a los
acantilados. En fin, Leo Caldas, inspector en una comisaría de Vigo, espero tus
comentarios y, si te parece, quedamos en O muiño vello, el bar que tomó su
nombre de la maravillosa playita en la que también las dornas dormían en las
tardes de agosto. Aquí me quedo esperando tu llamada.
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