Para
muchos, después de la implantación de la LOGSE, Tirso de Molina es, como mucho,
una estación de metro a la que canta mucho Sabina porque vive cerca, en un piso
de esos del Madrid antiguo en donde el jienense ha buscado y encontrado su
inspiración. Pero fray Gabriel Téllez fue un gran escritor teatral del barroco
y , porque me gusta tanto el teatro, me he leído La gallega Mari-Hernández, una obra que se desarrolla por las
tierras de Monterrrey, en Ourense, y por tierras portuguesas que están, como
aquel que dice, a un tiro de piedra. Es divertida la obra con sus enredos ( el
fraile era un maestro como lo demuestra, por ejemplo, en Don Gil de las calzas
verdes), pero hay algo que no me ha gustado: esas puyas contra Galicia y los
gallegos que, no por habituales en la
literatura barroca, dejan de ser molestas. Ya hablaremos de los poemas que
Góngora dedica a Galicia y de los “culiseos” que el genio cordobés se dedica a
versificar y de cómo, en general, la idea de lo gallego y los gallegos en la
literatura castellana es una idea deformada por el desconocimiento de una
tierra que estaba alejada del centro y, quien dice del centro, dice del poder y
de la cultura.
Vamos a la obra en cuestión. Así dice
el portugués Caldeira:
que
son muchas gollerías
pedir doncellez gallega.
Y sigue aquí este personaje la idea que
recoge Torrente Ballester en El rey
pasmado de que “las gallegas o son putas o son brujas”.
Unas líneas más adelante se lee otra “joya”.
“antes moro que gallego”
Dicho muy habitual en la España barroca
y que, por desgracia, ha llegado hasta no hace muchos años.
No sigo. Repito, eso sí,
que todo este mal hábito de meterse con Galicia en la literatura castellana
viene de un desconocimiento secular de una tierra que permaneció casi aislada
hasta finales del siglo XX cuando, ya en plena democracia y muerto el gallego
que nada hizo por su tierra, se comenzaron unos accesos a Galicia dignos de tal
nombre. Otro día seguimos hablando de tan excitante tema.
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